Muchos años atrás fijé mi residencia en Córdoba, en cuya Universidad Nacional estudié y me desempeño como Profesor en la Carrera de Medicina. Aunque no son frecuentes mis viajes a San Juan, mis raíces viven todavía al pie de sus montañas y requieren periódicamente que vuelva por allí a procurar algunos de los nutrientes con los cuales se desarrollaron. A fin de compartir la llegada del 2013 con algunos de los familiares que me son muy queridos, caminé sus calles de nuevo hace poco más de un mes. En esa ocasión, tuve la ingrata noticia del fallecimiento del Prof. Juan Argentino Petracchini, quien fuera nuestro verdadero Maestro de Música durante mis 5 años de estudios secundarios en la Escuela Normal Regional General San Martín. Por ellos consideré redactar esta afectuosa semblanza de la tarea y la personalidad de Petracchini.
Fueron el momento y el estímulo para reflexionar (casi 50 años después) acerca de todo lo que significó su presencia en mi vida y en mi formación humanística, que me preparó para mi desempeño en la docencia.
Durante el próximo mes de noviembre se cumplirán 50 años del egreso de mi Promoción, por lo consideré muy apropiado, en este momento, este homenaje a este gran maestro.
Sus enseñanzas fueron hasta hoy el eje fundamental de mi carrera, aún cuando me formé en la Universidad para una ciencia rigurosamente experimental, pero ancestralmente ligada a los saberes metafísicos, como que en cualquier cultura fue ejercida por sacerdotes, brujos, chamanes o hechiceros. Con esto en mente (y no por primera vez) revaloricé la deslumbrante tarea de mis profesores, una entrañable pléyade de seres apasionantes y apasionados que supieron moldear en gente muy joven las huellas que marcaban el camino hacia una profesión (la docencia) que requiere el cultivo de la razón y también el espíritu, mezclados en una alquimia que solo se adquiere por vocación y ejercicio tesonero del arte.
Y entonces, junto a la imagen del Maestro de Música, aparecieron las de Federico Blanco, Hebe A. de Gargiulo, Berta de Maurín, Pilar de Baigorrí, Elida Storni, Edda Garófalo, Hernán Poblete Varas y tantos otros. Y sin caer en la redundancia y puesto que (como varios en mi familia), también cursé en esa escuela el ciclo primario, deberé reconocer en mi formación la presencia de Maestras como Mercedes Barac de Ruiz, Graciela Segovia de Ruiz (ambas sin parentesco alguno entre sí o con mi familia), Yolanda P. Robuschi, Marta de Godoy, etc. Todos ellos son para mí mis queridos "poetas" (hoy no importa si "vivos" o "muertos") que enriquecieron nuestras vidas en la niñez y la adolescencia, las etapas más críticas en el desarrollo de nuestra humanidad en el sentido más amplio de la palabra.
Soy consciente de que estos recuerdos han sido capaces de transformar lo que pudo ser un sentido obituario en un himno de gratitud que siempre he tenido dentro mío y que hoy quiero expresar dirigiéndome directamente a él:
Mi querido Maestro de Música: seguramente estás muy bien acompañado y disfrutando junto a mis otros "poetas" del gozo de tanta belleza y placer espiritual como los que nos inculcaste cuando expresabas para nosotros tu amor por Bach, Mozart o Beethoven. Nuestra gratitud y nuestros logros son el mejor homenaje a tu memoria.
(*) Médico. Profesor de la carrera de Medicina en la Universidad de Córdoba.