Fabián Quiroga, se llama. Es posible que usted lo haya visto alguna vez por la ciudad, en algún espectáculo o barrio de San Juan. Algunos lo suelen llamar "Faluyi”. Cruza el aire cargado de la ciudad, como si todo fuese un encuentro hacia la alegría. Si no lo viste, él te pega un grito y se anuncia con un saludo cordial y el rostro apretadito de júbilo.

Hace tiempo que no se lo ve por esas jornadas donde desplegó bandadas de vida dura sobre ásperas calles con inviernos de tiritones o veranos de fuego. La última imagen que de él tengo es de hace unos años, cruzando la plaza Veinticinco y saludándome con cordialidad.

Fabián está solo en la vida. Y a lo mejor es por eso que se siente (y asume) varios rostros para proyectar una compañía (el tumulto de la calle es demasiado ajeno e insuficiente). Por eso hoy puede considerarse médico, mañana ingeniero, otro día artista, otro deportista. No nos miente ni fabula, Fabián; él está seguro de ser varios seres en los cuales despliega sus espejos y reinventa cotidianamente su modo de existir. Si alguna vez lo encuentras, créele sus historias como él de corazón las cree.

Ayer, un médico me contó que está muy bien contenido en una institución privada de salud, que seguramente cuenta con apoyo del Estado; que está tranquilo (¿feliz?), que siempre los sorprende dulcemente con sus semblantes diferentes, sinceramente seguro de ser él o la compañía espiritual que elige para continuar su batalla.

Este buen muchacho que elige figuras de barro y luna para ser alguien que supere sus enigmas (y puede verse que lo consigue), ha sido y es parte de nuestra ciudad, embajador modesto del barrio que lo acunó. Los personajes pintan de banderas populares los lugares donde desarrollan sus perfiles; muchas veces son más importantes que el hombre común, porque sobresalen de la medianía con sus gestos; muestran la cara soleada de los suburbios y las ciudades; son sus representantes sin más misión que la inocencia de un cielo abierto. Fabián Quiroga seguramente sabe en lo más profundo de su niño dormido que es bueno esto de que hoy sea un ser y mañana otro; que es ésta una forma piadosa de combatir los terribles anonimatos y la soledad; que mientras en su almita herida pero viva alguien que él admira se le siente al lado a mirar caer el sol sin culpas ni desesperanzas, poco importa que de pronto ese ser que lo habita llore con él, añore con él, vea pasar la tarde con él y en algún momento se le vuele junto al bordoneo de una tortolita, pero viva, viva, viva para él.

(*) Abogado, escritor, compositor, intérprete.