El tiempo de Adviento, que en la Iglesia se celebra durante cuatro semanas, es una oportunidad para acercarse al sentido del misterio en la revelación de Dios. La alegría de la noche en la que se celebra el nacimiento de Jesús se anticipa en este tiempo de espera. En ella, el sentido del misterio se vive desde la expectativa que guía el camino que conduce a la reactualización de la venida de Jesús al tiempo humano, uniendo de ese modo la eternidad y el tiempo.
La fe nos pone en contacto con los misterios del cristianismo, la palabra misterio nos acerca al infinito, a la revelación de Dios, que puede entenderse desde la finitud humana y aceptarse.
El filósofo italiano Giorgio Agamben, que recibió en 2012 una distinción honoris causa en Teología, asume el sentido de praxis del término misterio en Odo Casel, ‘acción divina”, puede ser entendida como historia, en la cual Dios se revela. Se considera lo misterioso desde la acción, desde lo que se revela y actúa en orden a la salvación del que acepta el don divino. Según Agamben, en la tesis doctoral de Casel ‘Sobre el silencio místico de los filósofos griegos”, la palabra griega ‘mystérion” no significa doctrina secreta, algo que no debe revelarse, sino una acción divina que se realiza en el tiempo como una fuente de salvación para los que la aceptan. Dios se revela en el misterio, no oculta su divinidad, en el misterio realiza una acción, actos y palabras, para la salvación del que participa en ella. Navidad y ahora adviento, actualizan hechos fundamentales de la praxis divina que salva al hombre. Hay signos del misterio, si se les presta atención es un comienzo que puede llevar a la conversión. La liturgia de adviento y Navidad tiene signos que nos acercan al misterio en una espera confiada.
Adviento es preparación para Navidad, para eso se recuerda que Jesús vendrá nuevamente: ‘Que Él, el Dios de la paz, os santifique plenamente, y que todo vuestro ser, el espíritu, el alma y el cuerpo, se conserve sin mancha hasta la Venida de nuestro Señor Jesucristo”, 1 Ts 5, 23.
Esa preparación ayuda a mantenerse vigilante, atento ante la venida de Jesús, se vive un tiempo de espera hasta la noche de Navidad en la que se actualiza el misterio de Dios hecho hombre. El carácter de expectativa de este tiempo de preparación para Navidad, recuerda la segunda venida de Jesús al final de los tiempos. En esto se ve con claridad el carácter expectante de la vida cristiana. La espera ayuda a entender esa vida. El nacimiento de Jesús siguió a un tiempo de anuncios proféticos y renovada esperanza, una vez en esta dimensión temporal Jesús anunció otro tiempo de espera, vendrá nuevamente.
El evangelio de Juan narra que en la aparición junto al mar de Tiberíades, Jesús indicó a Pedro la muerte con la que iba a glorificar a Dios; Pedro le preguntó por otro discípulo y Jesús mencionó su nueva venida: ‘Si quiero que se quede hasta que yo venga, ¿qué te importa? Tú sígueme”, Jn 21, 22.
La espera es un modo de ser de la vida cristiana, hace que la existencia humana se entienda desde la temporalidad, o desde un modo de esa temporalidad, la expectativa. Este tiempo de espera y preparación para celebrar la primera venida de Jesús, su nacimiento en Belén, es también anuncio de la otra espera, que ayuda a entender la existencia cristiana como expectativa de la nueva venida de Jesús, esta vez revestido de gloria, el día y la hora los conoce el Padre.
Saber esperar nos ayuda a interpretar los acontecimientos de la vida diaria; lo efímero, lo trivial, nos distrae en abundancia de pasatiempo; las acciones guiadas por la expectativa del final anunciado en la segunda venida de Cristo, nos acercan a ese final preparados para recibirlo. Si lo que hacemos está de acuerdo con ese final de los tiempos, nos mantiene con fidelidad a lo que se ha recibido en la fe; eso nos ayuda a entendernos a nosotros mismos, a saber quiénes somos, hacia donde nos dirigimos.
