"No nos une el amor, sino el espanto, será por eso que la quiero tanto". La frase que Jorge Luis Borges dedicara a la Ciudad de Buenos Aires puede atribuirse hoy completa a la reunión que mantuvo esta semana Cristina Fernández con varios líderes de sectores internos del PJ. Tal vez la sacudida de tres derrotas consecutivas a nivel nacional hayan hecho que la jefe de Unidad Ciudadana abandone la idea de soledad o de un armado propio, excluyente de los capitanes territoriales del partido. O tal vez el recuerdo de viejos amores de los que compartió solo la liturgia, porque siempre se consideró la cabeza pensante del elefante que caminaba el país arrastrado por los oscuros militantes del interior. La izquierda revolucionaria que debía combatir al sector reaccionario del partido de Perón y Evita, era preciso que ahora preste cauce a otras vertientes para reunir tropa y enfrentar las elecciones. El pegamento incómodo pero útil se llama Mauricio Macri. Lo dijo explícitamente, debemos unirnos contra Macri. Del otro lado, de manera desincronizada, como desfasada en los tiempos, Macri ve desgranarse su coalición o por lo menos tiene a sus socios bastante enojados luego de las recientes negociaciones que terminaron haciendo que uno de sus principales bastones de sostén, el cordobés Mario Negri, perdiera un puesto clave en el organismo que elige y controla a los jueces, el Consejo de la Magistratura. Algo de razón tienen las dos partes. Los radicales califican de negligente la negociación de Marcos Peña y de Rogelio Frigerio, Jefe de Gabinete y Ministro del Interior respectivamente, que abrieron la jaula para que ese pájaro volara. Los voceros oficiales dicen que no se les ocurre cómo se podría haber evitado que bloques pequeños provenientes todos de la misma raíz, o aun de raíces distintas, se unieran para elegir a una histórica como Graciela Camaño, que tiene chapa para eso y mucho más. También aducen que ya fue gran favor que esos bloques o algunos de sus miembros hicieron para ayudar a aprobar el Presupuesto 2019, que era técnicamente inaprobable, como necesariamente lo es programar una fiesta en medio de un vendaval de inflación del que apenas si se sabe que se podrá salir. Tampoco está muy satisfecha Elisa Carrió pero sus protestas han quedado devaluadas luego de que un juez de la Corte, Horacio Rosatti, propuesto por ella, se diera vuelta y dejara a las acordadas, instrumento de toma de decisiones del Supremo Tribunal, 3 a 2 en contra del oficialismo devolviendo parte del poder a su enemigo el expresidente y ahora ministro Ricardo Lorenzetti.
A todos ellos, a la inversa del caso anterior, al final los unirá Cristina, ella será la argamasa de todos esos ladrillos. Resultado, las dos máquinas del tren de la polarización seguirán marchando como hasta ahora en sentido contrario aplastando a todo aquel que pretenda ponerse en el medio, si no, que lo diga Massa. Esa ancha avenida que el exintendente de Tigre imaginó tal vez recordando la idea de tercera posición del viejo líder, parece hoy tener la trocha de una ciclovía. Si Cristina quiere aún no se sabe, pero los indicios conducen a eso. Se sabe que Macri quiere, lo que no se sabe es si podrá. Lo cierto es que ambos se necesitan del mismo modo que los dos polos de la batería. Macri ha hecho lo posible y más para mantener viva y libre a Cristina pensando que el altísimo rechazo que convoca la "yegua", como ella se definió sarcástica en el acto del martes en Ferro, le ayudará a tapar los graves errores de su gestión paradójicamente en la parte que suponía sería su fuerte, la economía nacional. Una inflación que terminará el año cerca del 50% descalifica intelectualmente a todos los que lo describen como "neoliberal". La preocupación de los peronistas no pasa solo por definir quién los representará, saben que no tienen un programa y que probablemente se encuentren con la caja vacía, el crédito agotado y los capitales huyendo. Cada vez que Cristina sube en las encuestas, caen las acciones y papeles de la Argentina en el exterior. Hacer populismo en esas condiciones es imposible y están fogoneando la creencia de que estamos en un severo ajuste innecesario, de ese modo alientan la expectativa de un cambio en el otro sentido, el reparto de una torta que ya no existe. Sin plata y sin crédito solo se puede repartir mística, que en eso la señora es experta. Ojo, Macri va a estar en la misma situación cuando empiece el 2020, pero tendría la ventaja que ya advertimos en la nota del domingo pasado, vendría de una noche tan oscura que una pequeña luz de crecimiento un par de meses podría hacerlo parecer un héroe. Entre los que no están combatiendo en ninguno de esos frentes, se advierte una especie de incipiente hartazgo de los dos. Hubiera sido el momento propicio para una figura nueva que despertara alguna esperanza, pero no la hay. Al final, el año electoral 2019 tendrá la forma de un tablero de ajedrez en que habrá sólo dos colores, negras y blancas. El pueblo será la mano del jugador que hará ganar a unas u otras.