La solemnidad de la Asunción de la Virgen María a los cielos que la Iglesia festeja hoy, junto a la celebración de la Madre de Dios y de la Inmaculada Concepción, es una de las fiestas marianas por excelencia. Los Evangelios Apócrifos, ya antes del siglo IV, nos ofrecen numerosas narraciones del tránsito de la Santísima Virgen. En ellos se encuentra una tradición histórica antiquísima sobre su muerte. La glorificación corporal de María no podía ser objeto de testimonios históricos, por ser un hecho trascendente. Sin embargo, tales narraciones se desarrollan en una línea afirmativa de esa glorificación. El "Transitus" escrito por el Pseudo Melitón, a fines del siglo IV, realizó un gran progreso, ya que afirma la resurrección definitiva del cuerpo de María y su elevación a los gozos del paraíso en intimidad completa y permanente con Cristo glorioso. Hay que advertir, por tanto, que en él, el concepto de Asunción es el de resurrección anticipada, pero tiene aún mayor importancia el que este escrito se esfuerza por ofrecer una justificación teológica de la Asunción: indica, como sus fundamentos, la maternidad y la virginidad de María.


No se debe olvidar que la fiesta de la Dormición se celebraba en Jerusalén en el siglo VI y hacia el 600 en Constantinopla. En seguida aparece que lo que se celebra, de hecho, es la glorificación de María; más aún, el nombre de la Asunción para esta fiesta parece que es más antiguo que el de la Dormición. A finales del siglo VII la fiesta se introduce en Roma, donde en seguida se llama "Asunción de Santa María". Durante los siglos VIII y IX la fiesta se extiende por todo Occidente. Tan extendida y aceptada se encontraba la creencia en la glorificación corporal anticipada de la Virgen, que en el año 1497 la Universidad de París censuró una proposición de cierto predicador, porque era poco favorable a la Asunción. Desde este tiempo, la persuasión de los teólogos es absolutamente común.


Después de la definición dogmática de la Inmaculada Concepción (1854), comienza un gran movimiento a favor de que se definiera, como dogma, la Asunción.


Esta universalidad de la fe ofreció el más firme fundamento a la definición, y se manifestó sin posibilidad de duda en las respuestas que dieron los obispos a la pregunta de Pío XII sobre si era conveniente definir este nuevo dogma: hasta el día 15 de agosto de 1950, de 1.181 obispos que habían respondido, 1.169 habían dado respuesta afirmativa: 22 habían respondido negativamente, de los cuales sólo seis (0,47 %) dudaban si la Asunción era verdad revelada o no. El 1 de noviembre de 1950, Pío XII definió solemnemente la Asunción de la Santísima Virgen María: "Proclamamos, declaramos y definimos ser dogma divinamente revelado, que la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, cumplido el curso de su vida terrestre, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial". Lo que se está definiendo es que María se encuentra en aquel estado en que se encontrarán los justos después de la resurrección final, y "asunta" no significa una translación local, sino un cambio de estado. Se trata de una elevación que asume, no que deja. María no conoció la corrupción del sepulcro, pero no repugna a la fe que haya muerto. En eso también ella es ejemplar. No muere de cansancio, ni de soledad, ni de angustia, sino de plenitud: deseo pleno de vivir con el Amado.


La solemnidad de hoy nos invita a mirar "hacia lo alto", "hacia delante" y a descubrir el "valor del gozo". "Hacia lo alto": porque la Asunción es la elevación de María al cielo, nos llama a cultivar deseos que sobrepasen los opacos recintos de un cementerio. El hombre es un ser de futuro, de ahí que la esperanza lo empuje siempre a un caminar sin detenerse hacia el más allá. Acertadamente cuando Pío XII definió el dogma de la Asunción, la Escuela Psicoanalítica de Zurich, dirigida por Carl Jung, declaró que la definición del dogma había sido una respuesta genial al desprecio de la vida y de la persona humana. Dios no malgasta ni maltrata lo que ha creado. "Descubrir el valor del gozo", es otro desafío en medio de un contexto de tristeza y miedo que marca nuestra hora histórica. La época actual será recordada como el tiempo que ha conocido la tentación extrema de la desesperación estéril. La Iglesia siente el deber de reaccionar: presenta delante de sus ojos pero también de cara al mundo un signo de esperanza, y es María Asunta: destino de plenitud y bienaventuranza sin ocaso.

Por el Pbro. Dr. José Manuel Fernández