La sociedad civil depende en gran medida del estilo de vida de los ciudadanos. En cada época hay un prototipo de ciudadano. Un modelo que la mayoría sigue o quiere llegar a ser. Ese ciudadano responde con frecuencia a los mandatos del mercado.
Un programa televisivo es un producto del mercado. También lo es la letra de una canción o el medicamento que aconseja el ministerio de salud. El supermercado, los peloteros, las casas de comida rápida, el cine, los lugares para vacaciones, el auto que uso, el colegio al que asiste mi hijo, la academia de danza o el club deportivo. Estos agentes y productos terminarán imponiendo el estilo de vida.
Según la ley de la gradualidad, de la exhortación apostólica Amoris Laetitia, la bondad es la que integra a todos.
El tiempo que empleamos para ganar el dinero y el modo en que lo ganamos configura el modo de vivir. También el dinero que dejo de ganar, el bien que dejo de comprar y el tiempo que uso para otra cosa. Ganar o gastar dinero es un acto ético moral decía Benedicto XVI en la encíclica Caritas In Veritate del 2009. ¿Cómo lo gano? ¿Cómo lo gasto? El modo de disponer mi tiempo programa mi personalidad. Forma parte del mercado el tiempo libre del día sábado en la tarde, ver fútbol, ir a misa, la reunión de amigos, el asado familiar del domingo. Cortar el césped, lavar el auto, dormir todo el fin de semana y muchas otras cosas tienen su impacto en el mercado. Allí se traducen los modelos de vida, las fuentes de inspiración, las líneas de pensamiento. En definitiva la identidad de una persona o un pueblo, que a su vez influyen en la formación de los futuros ciudadanos. La TV, Facebook, Skype, Twitter, Whatsapp, Instagram, etc.
Personas, padres y autoridades, en forma consciente o no tanto, elegimos las opciones que forman los futuros ciudadanos, que después volverán a elegir y así sucesivamente en una cadena que no termina. Aquella sociedad que con frecuencia respeta al ciudadano a partir de su dignidad como persona, genera una contención para aquellos que parecen alejarse del sentido común y de una vida saludable. Los testimonios positivos perfeccionan a las personas. Por el contrario, con malos ejemplos, la sociedad se descontrola y finalmente se desespera e impera el caos. Ese caos sigue alimentando al individuo día a día y se convierte en su sabor natural.
Por eso, insisto, el tiempo del que dispone una persona y el modo de usarlo en función de prioridades elegidas libremente, le da o le quita valor moral al ciudadano, que se debate entre la felicidad y la desesperanza.
El mercado le pone precio al tiempo de cada uno y finalmente le termina poniendo precio a las personas. Los seres humanos en el mercado valen o no valen. Si alguien no sabe hacer nada y no tiene bienes, no le interesa al mercado. El mercado no mira rostros. No se fija en niños ni ancianos. No tiene patria. Es cierto que el mercado perfecciona el trabajo y la técnica. También la ciencia. Pero, no le pidamos al mercado lo que el mercado no puede dar, porque terminará imponiendo los gustos y preferencias que le resulten más redituables.
Será la bondad del ser humano la que mire más allá del mercado y descubra los rostros que sufren y que aparentemente no sirven de nada desde el punto de vista económico, pero tienen un gran valor.
Por Alberto Darío Escales, Profesor de Doctrina Social de la Iglesia.