Cinco ministros caídos en el primer año. Si bien algunos no formaron parte formal del gabinete, tuvieron poder y presupuesto para tomar decisiones del mismo tamaño que sus pares, como Guillermo Nielsen, titular de YPF, y Alejandro Vanoli, de Anses. Uno y otro fueron sustituidos por gente sin experiencia en gestión y con la exclusiva chapa de ser adherentes a La Cámpora. Gran parte de la política energética del país y la enorme bolsa de los jubilados saturada de papeles sin valor, están ahora en manos de militantes cuya sapiencia es, cuando menos, poco conocida. María Eugenia Bielsa, ex titular de una oficina creada no se sabe bien para qué, el Ministerio de Desarrollo Territorial y Hábitat, fue calificada como funcionaria que no funciona en aquel famoso discurso de Cristina que marcó no sólo la cancha doctrinaria sino el rumbo que ella creía debía tomar el Gobierno. Alberto confirmó ese deseo, al menos en las palabras, en su reciente discurso de apertura de sesiones del Congreso Nacional, causa segura de la salida de su testigo de casamiento y socia del estudio jurídico Marcela Losardo, hasta ese momento sentada en el sillón del Ministerio de Justicia.

Sigue el recambio en los ministerios del Gobierno de Fernández.

Aparentemente Bielsa (cuesta pensar sólo en la longitud del sello que usaba para firmar), no avaló las usurpaciones de propiedades privadas que hubiera sido el primer capítulo de un intento de final impredecible, con capítulos en Buenos Aires, la Patagonia y la provincia de Santa Fe, el caso de la familia Etchevehere, protagonistas de la frustrada expropiación de la exportadora de granos Vicentín. Alejandro Vanoli fue víctima de la combinación explosiva de intentar que los jubilados cobraran sus haberes sin contagiarse el coronavirus. No pudo ejecutar el viejo oficio de dar turnos, mucha gente asistió el mismo día a la misma hora y en los mismos lugares de cobro mientras se nos obligaba a permanecer encerrados. Cayó por flagrante ineficiencia. Nielsen, colaborador de la campaña de Alberto y exhibido como figura para dar confianza a inversores en el yacimiento de gas y petróleo no convencional de Vaca Muerta, debió irse por una fatalidad: con la pandemia cayó el precio del petróleo e hizo inviable la ecuación económica de la costosa explotación por fracking. La posible vuelta al cierre de fronteras, disminución de viajes y el siempre latente nuevo confinamiento por el coronavirus no alientan un horizonte distinto para ese negocio. Ginés vació su escritorio por la increíble torpeza de organizar un vacunatorio express para amigos y convocar a inocularse a un traidor consuetudinario como Horacio Verbitzky. A diferencia de lo que suele ser común, nadie salió a defender a Ginés, salvo quien no debió hacerlo, el Presidente. Ginés tiene malos antecedentes por negociados previos muy divulgados entre la gente del sector salud y era un hombre que llegó de la mano de Sergio Massa, el Presidente de Diputados y tercero en el orden de sucesión del Ejecutivo. "Es amigo y lo quiero" terminó diciendo Alberto. Igual, se tenía que ir luego del tremendo papelón que hizo público el "perro" Verbitzky. Tampoco venía gestionando bien la compra y distribución de vacunas, el nuestro es uno de los países con porcentaje más bajo de ciudadanos inmunizados. Deberíamos agregar al embajador en China, Luis María Kreckler, hombre de carrera en la diplomacia que fue sustituido por el joven Sabino Vaca Narvaja, cuyo único antecedente es ser hermano del padre de la nieta de Cristina. El inesperado portazo de Marcela Losardo opaca lo demás. Cuando una persona de tanta cercanía con el Presidente debe irse tan pronto y de mala manera, no puede pensarse menos que en una mengua profunda de la autoridad presidencial. Todo en medio de trámites lentos para conseguir una reforma judicial cuyas características se desconocen no obstante ser anunciadas otra vez de modo ambiguo por Alberto. ¿Recuerdan lo que significaba Marcos Peña para Macri? Alguien ensayó una buena analogía, los definió como Tom y Jerry, recordando aquella vieja tira de dibujos animados. Para uno era indispensable la existencia del otro. El caso Losardo se parece mucho. Una buena pregunta sería inquirir sobre la sensación de los pocos albertistas que quedan en el Gobierno. Si se tuvo que ir Losardo... Por lo general el líder que se desprende rápido de sus más leales muestra que está dispuesto a correr el temible riesgo de la soledad con tal de preservar no el poder, sólo el cargo. Mucha duda y tiempo extenso de búsqueda del reemplazo de Losardo, no fue el caso de Ginés por Carla Vizzotti. Esto puede mostrar tres situaciones: Que haya discusión interna sobre el perfil del nuevo funcionario, que nadie acepte sin severas condiciones o que directamente nadie acepte. Ante cualquier salida importante de un gabinete, siempre se tiene a mano alternativas de recambio o alguien realiza consultas y sondeos que no duran más de un día. El caso de la ¿ex? ministra de Justicia es más raro aún, no se conoce oficialmente el texto de su renuncia, no se la escuchó pronunciarla personalmente y hasta el viernes se seguía despidiendo de sus asistentes diciendo "hasta mañana". Todo muy bizarro. Justicia no debiera ser un cargo esencial, Salud sí lo es. Sin embargo parece lo contrario. Nunca como esta vez el nombre de la persona elegida significará tanto.