Con motivo de recordarse hoy el Día de la Memoria, la Presidenta de la Nación pronunció un discurso al inaugurar la Casa de la Memoria y la Vida, ubicada en Morón, provincia de Buenos Aires, donde funcionó entre 1977 y 1978 uno de los centros clandestinos de detención y tortura más importantes de la zona Oeste del conurbano bonaerense.
A través de sus palabras, Cristina Fernández de Kirchner envió a la sociedad un mensaje reconciliador, invitando a dejar de lado el desprecio por los demás y reconocer la diversidad. "Lo maravilloso es reconocerse en la diferencia porque Dios nos hizo a su imagen y semejanza pero nos hizo a todos diferentes. Esto es la condición humana, la diversidad, la aceptación de esa diversidad y esa pluralidad. Ahí está la clave para que nunca más vuelva a ocurrir el desencuentro en los argentinos”, expresó.
Resulta prometedor y esperanzador para todos los argentinos un discurso con este contenido. "Necesitamos esta maravillosa libertad en la que todos pueden decir lo que quieren y lo que piensan. También vamos a luchar por más igualdad. Por los que menos tienen, por los más pobres, para estar allí junto a ellos. Ese es el mandato de los 30.000 desaparecidos”, reclamó con tono conciliador. El fuerte deseo del pueblo argentino es que esas palabras pasen a ser la constante que sustituyan al lenguaje del enfrentamiento y la agresión.
Como todo pueblo, aspiramos a preservar nuestra memoria, pero eso no significa que debamos seguir siendo prisioneros del pasado o que nos condenemos a nosotros mismos a un absurdo inmovilismo social. La memoria que los argentinos debemos conservar es, obviamente, la que vive y perdura en las páginas de la historia, entendida como el foro o espacio cultural en el que los hechos y los conflictos relevantes de nuestro pasado sean rescatados, analizados y debatidos permanentemente.
Ahora bien, una cosa es preservar la memoria histórica de un tiempo o de una época, algo imprescindible para la continuidad espiritual de una nación, y otra cosa muy distinta es aceptar que se mantengan eternamente abiertas las heridas que el odio o la intolerancia de ciertos grupos marginales fueron abriendo, a través de los años, en el cuerpo social.
Es absolutamente necesario que redescubramos el valor supremo de la reconciliación y dejemos atrás la herencia de horror y el odio fratricida que dominaron la vida argentina en un tiempo sobre el cual todos, o casi todos, hemos dejado caer nuestro más enérgico repudio.