"La canchita de básquet que utilizábamos para fútbol fue nuestro territorio, nuestro amparo y donde diariamente se construyó la vida de tantos muchachos...".


El tiempo colectó bastante para su tripulación de historias y lugares con vida. Y para eso metió la mano en el arcón del barrio. Allí se cocinaron sueños y despedidas. La canchita de básquet (que utilizábamos para fútbol) fue nuestro territorio, nuestro amparo y donde diariamente se construyó la vida de tantos muchachos (chicos, purretes, mocosos, niños) al modo de simples pasos cotidianos e ilusiones inconmensurables. 


¿Cómo olvidarte, Colorado Montané?, bonachón compañero de siluetas y luces que convivieron en aquella Villa Zavalla, inmediaciones del viejo Estadio hoy destruido, si con tu seudónimo: "Dante Rodríguez" fuiste uno de los boxeadores históricos de la provincia, volteando muñecos famosos con tu piña fulminante, sobre el ring prestigioso de General Acha y Rivadavia, donde nunca pudimos entrar porque siempre nos faltaba una moneda.


"La tardecita tiene ese no sé qué", dice el idioma de tango, crisol de intensa poesía, cuando nuestra tardecita bajaba al oeste a encandilarse de espejismos, al encuentro del "degüello de soles" que pinta Don Ata, donde "la luna se hace pedazos sobre las cumbres de la montaña", como inmoralizara el gran Arsenio Aguirre. Entonces volvíamos a casa, frente a la canchita, allá por Las Mercedes (hoy San Luís) y Victoria (hoy Urquiza). Y hasta que mi madre nos llamara a comer el salpicón que dejó el puchero del medio día, nos quedábamos sentados en la verja de añosa madera que daba al Oeste. Fue allí que una nochecita, en esa esquina, un taxi atropelló a un ciclista, el que voló literalmente más de 10 metros y cayó ruidosamente frente a nosotros, enredado en las sombras su montón de huesos y hierros amontonados. El taxista corrió hasta esa encrucijada de dolores y silencio, ante nuestra parálisis de niños destrozados; y cuando trató de hacer algo por el hombre, éste se levantó lentamente, incorporó su bici que sólo tenía los pedales torcidos y se fue en ella haciendo zetas y dejando tras de si un tremendo olor a vino viejo. 


¿Dónde estarás, "terrible" Toti? ¿Dónde trajinarán ausencias las burlas al humilde chilenito Fuente Vera que todos los días pasaba por allí? ¿O al (para nosotros) "extraño" "Maria Cecilia", amanerado visitante esporádico que miraba los partidos desde la baranda? ¿Qué hechizo quedó suelto entre los carolinos, como gorrión de estrella, cuando se retiraba la troupe de la compañía teatral del gran Alberto Vallejos, de los ensayos de "El León de Francia" que mirábamos sentados en el patio de la casa de Herminia Frías? 


¿Qué fue de vos, Rosario Ávila, extraordinario arquero de Del Bono, estrella en los campeonatos Evita, en Buenos Aires? ¿O de vos, querido Osvaldo Laprovítola, que enredabas muchas veces tus gambetas con nosotros y terminaste ídolo en tu Sportivo Desamparados? Todo nos pertenece, todo es carne de la vieja Villa Zavalla, todo vive. La memoria tiene la virtud de la eternidad. 

Por el Dr. Raúl de la Torre
Abogado, escritor, compositor, intérprete.