Jesús, levantando los ojos hacia sus discípulos, dijo: "¡Felices ustedes, los pobres, porque el Reino de Dios les pertenece! ¡Felices ustedes, los que ahora tienen hambre, porque serán saciados! ¡Felices ustedes, los que ahora lloran, porque reirán! ¡Felices ustedes, cuando los hombres los odien, los excluyan, los insulten y los proscriban, considerándolos infames a causa del Hijo del hombre! ¡Alégrense y llénense de gozo en ese día, porque la recompensa de ustedes será grande en el cielo. De la misma manera los padres de ellos trataban a los profetas! Pero ¡ay de ustedes los ricos, porque ya tienen su consuelo!¡Ay de ustedes, los que ahora están satisfechos, porque tendrán hambre! ¡Ay de ustedes, los que ahora ríen, porque conocerán la aflicción y las lágrimas!¡Ay de ustedes cuando todos los elogien! (Lc 6,20-26).

Las Bienaventuranzas son la biografía de Jesús: él fue pobre, tuvo hambre, lloró, lo odiaron, excluyeron, insultaron, lo proscribieron. Son un camino ascético, teniendo en cuenta que esta significa esencialmente, ejercitarse en la libertad interior. "Ascesis" significa ejercicio, adiestramiento. Nos adiestramos en las actitudes que Jesús nos muestra en las bienaventuranzas. Para los griegos, la ascesis era, ante todo, una virtud de los atletas; después, de los soldados, y por último, de los filósofos. Estos entendían la ascesis como camino de ejercitación interior, en el cual se deberían obtener las virtudes más importantes para que la vida sea bella. A veces, la ascesis se malinterpretó como mortificación: no se ejercitaban las capacidades, sino que se trataba de reprimir lo que no correspondía a nuestra imagen ideal. La verdadera ascesis pretende desarrollar las capacidades que Dios nos ha dado para que descubramos la riqueza de la que somos capaces. 

Mientras que el evangelista Mateo presenta nueve bienaventuranzas, Lucas indica cuatro. El evangelio de este día comienza afirmando que "Jesús, levantando la mirada hacia sus discípulos", les proclamó las bienaventuranzas. Les enseña que levantando la mirada podemos descubrir la felicidad auténtica. Con ojos nuevos se puede descubrir la novedad de Dios. Y también hay que mirar hacia dentro. Por eso el filósofo danés Sören Kierkegaard (1813-1855) advertía que "la puerta de la felicidad se abre hacia dentro, hay que retirarse un poco para abrirla: si uno la empuja, la cierra cada vez más". El hombre es un mendigo de felicidad. Todos la deseamos, aunque no muchos la descubren.

El Maestro habla, y comienza así: "Felices ustedes". La primera palabra es una garantía: "he venido a traerles la alegría". La religión es para que la persona humana encuentre el gozo. Evangelio significa "buena noticia". Con lo cual, la tristeza, la melancolía, el miedo, y el pesimismo están en contra del evangelio. Gilbert Chesterton ha escrito: "Un cristiano triste es un cristiano fracasado". La Madre Teresa de Calcuta recomendaba a sus monjas: "Lleven siempre la alegría. El bien hay que hacerlo con alegría: si están tristes, no pueden anunciar a Dios a nadie, porque Dios es feliz". Y san Juan XXIII llegó a decir: "¿Saben porqué siempre estoy contento? Porque no encuentro ningún motivo para estar triste". ¡Cuánta razón tenía! La serenidad y la paz del corazón son irrenunciables para un verdadero creyente si es que quiere ser creíble. Habría que comprender que la felicidad no es un producto, sino un proceso. No es un objeto que puedo adquirir en la góndola de un supermercado, sino un trabajo ascético que requiere un esfuerzo espiritual. La felicidad no es un premio, sino una consecuencia. En esta línea puede suceder que también en las tinieblas de un campo de concentración nazi, puedan florecer las bienaventuranzas en el alma.

No hay que confundir estar feliz con estar divertido o satisfecho. Es verdad que una cosa es la satisfacción, el estar contento y, otra, el intento de alcanzar la felicidad . "Estar contento" es sinónimo, al menos etimológicamente, no en el uso actual, de "estar contenido", es decir ubicado dentro de los propios límites y sin querer sobrepasarlos. Parecido a la palabra "satis-fecho", que deriva del latín: "Estar suficientemente -satis- hecho; fecho", en castellano antiguo. 

La primera bienaventuranza es clave para entender el resto: "Felices los pobres, porque a ellos les pertenece el Reino de los cielos". En este aspecto, la sabiduría consiste no en poder satisfacer todas las necesidades, sino en tener cada vez menos necesidades que satisfacer. Como dice el poeta chileno Pablo Neruda (1904-1973): "La felicidad no es exterior sino interior; por lo tanto, no depende de lo que tenemos sino de lo que somos".