Jesús atravesó el mar de Galilea, llamado Tiberíades. Lo seguía una gran multitud. Se acercaba la Pascua, la fiesta de los judíos. Al levantar los ojos, Jesús vio que una gran multitud acudía a él y dijo a Felipe: "¿Dónde compraremos pan para darles de comer?” El decía esto para ponerlo a prueba, porque sabía bien lo que iba a hacer. Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dijo: "Aquí hay un niño que tiene cinco panes de cebada y dos pescados, pero ¿qué es esto para tanta gente?” Jesús le respondió: "Háganlos sentar” Había mucho pasto en ese lugar. Todos se sentaron y eran unos cinco mil hombres. Jesús tomó los panes, dio gracias y los distribuyó a los que estaban sentados. Lo mismo hizo con los pescados, dándoles todo lo que quisieron. Cuando todos quedaron satisfechos, Jesús dijo a sus discípulos: "Recojan los pedazos que sobran, para que no se pierda nada” (Jn 6,1-15).

Hoy nos encontramos con uno de los milagros más conocidos de Jesús y mejor atestiguados por los evangelios, ya que los cuatro lo mencionan. Realmente, debe haber impresionado: ¡con cinco panes de aquella época, alimentó a cinco mil hombres! Pero resulta curioso cómo este milagro del pan lo han repetido, en la historia de la Iglesia, tantos santos. Por ejemplo, san Francisco Solano, del cual se dice que, visitando las tolderías de los indios que poblaban aquel tiempo La Rioja, estando estos hambrientos, se le acercaban pidiendo pan, y Francisco metiendo la mano en un pequeño morral que llevaba siempre consigo sacaba un pedazo y se los daba. La cuestión era que, siendo tantos aquellos que le pedían de comer, el morral nunca se vaciaba. Algo semejante se relata de Don Bosco, en su colegio de Turín, para sus alumnos, al menos en dos ocasiones y, también, de Don Orione. Pero lo que menos nos interesa aquí es relatar milagros y contribuir a fomentar la búsqueda de lo maravilloso, extraordinario, y parapsicológico, en lo cual parece consistir gran parte de la falsa religiosidad de no pocos cristianos. El mismo Jesús, huía como de la peste, de aquellos que lo buscaban solo para que hiciera milagros. Hoy también tiene Jesús que irse, porque la gente, entusiasmada por su poder, quiere hacerlo rey. Los milagros de Jesús no pretenden de ningún modo ser sanaciones ni contribuciones a la alimentación o salud mundial. Dios no está como un "Deus ex machina” a nuestra disposición para arreglar nuestras dificultades de este mundo; aunque si nos enseñe a cómo tenemos que proceder para enfrentarlas. El mismo Juan, del cual hemos escuchado el relato de la multiplicación de los panes, jamás en su evangelio utiliza el término milagro o prodigio. Emplea, a propósito, otro término: "semeion”, en griego; "signo”, en castellano. Es decir, algo que, más allá de su apariencia externa, de su realidad literal, apunta a un sentido superior. La Eucaristía es el pan vivo en el que está presente Jesús para saciar el hambre interior. En Cristo los milagros apuntan a algo más profundo, que el hecho externo que perciben nuestros sentidos y registran nuestros ojos. Al final, Jesús pide que se recojan los pedazos de pan que sobraron. Es un llamado a la sobriedad para la solidaridad. El poeta inglés Samuel Johnson (1709-1784), decía que "sin sobriedad nadie puede hacerse rico, y con ella muy pocos serán pobres”. En el discurso pronunciado por el Papa Francisco en la sede de la Organización para la Agricultura y la Alimentación de las Naciones Unidas (FAO), señalaba que "Las personas y los pueblos exigen que se ponga en práctica la justicia; no sólo la justicia legal, sino también la contributiva y la distributiva. Hay comida para todos, pero no todos pueden comer, mientras que el derroche, el descarte, el consumo excesivo y el uso de alimentos para otros fines, están ante nuestros ojos. Duele constatar además que la lucha contra el hambre y la desnutrición se ve obstaculizada por la "prioridad del mercado” y por la "preeminencia de la ganancia”, que han reducido los alimentos a una mercancía cualquiera, sujeta a especulación, incluso financiera. Y mientras se habla de nuevos derechos, el hambriento está ahí, en la esquina de la calle. Y destacó que el segundo reto que se debe afrontar es la falta de solidaridad: "Nuestras sociedades se caracterizan por un creciente individualismo y por la división; esto termina privando a los más débiles de una vida digna y provocando revueltas contra las instituciones. Cuando falta la solidaridad en un país, se resiente todo el mundo”. Este pensamiento del Papa se complementa con lo que señala en la encíclica "Laudato si” (nn. 222-224): un estilo de vida profético basado en la sobriedad, para la cual "menos es más”, y la gratitud que no se olvida de agradecer lo recibido.

 

Por el Pbro. Dr. José Manuel Fernández