Almazán señaló que cuando estaba en la escuela primaria se aburría, y tuvo problemas con los maestros por cuestionar lo que estos decían en clase. Sus maestros lo consideraban un chico problemático, y le diagnosticaron el síndrome de déficit de atención, pese a que tenía un coeficiente intelectual de 163, más alto que el de Albert Einstein. La Organización Mundial de la Salud (OMS) considera que quien tenga un coeficiente mayor de 130 puntos es superdotado.
Cuando Almazán tenía 9 años, su padre -un médico cirujano- lo sacó del sistema escolar, y le proporcionó educación en su casa. El joven terminó la escuela secundaria a los 12 años, y empezó a estudiar Psicología y Medicina simultáneamente a esa edad. Ahora está completando sus estudios de medicina, y paralelamente está realizando una investigación científica para la cura de la diabetes, que este mes presentará en el Congreso Nacional de Ciencias Fisiológicas de México.
Citando las estimaciones de la OMS, Almazán expresó que alrededor de un 2,3% de la población de un país es superdotada, lo que significa que tan sólo en México hay unos 800.000 niños con algún tipo de sobrecapacidad intelectual. "Pero aquí, en México, se pierde alrededor del 95%, porque no se los identifica a tiempo. Estamos perdiendo esa capacidad intelectual, por una tendencia a la nivelación (hacia abajo) al promedio", observó.
Esto no ocurre tan sólo en México, sino en la mayoría de los países latinoamericanos. En Argentina, donde otro joven excepcionalmente inteligente -Kouichi Cruz, de 14 años, que cursa tres títulos en la Universidad de Córdoba- ocupó los titulares hace poco, las escuelas públicas no ofrecen ningún trato especial a los estudiantes superdotados, según la directora de una fundación privada para jóvenes superdotados. "Al contrario, los expulsan psicológicamente, los golpean", dijo María del Carmen Maggio, presidenta de la Fundación para la Evolución del Talento y la Creatividad de Argentina. Al igual que esta fundación, que tiene unos 30 estudiantes, hay varias instituciones privadas que dan atención especial a los superdotados en varios países latinoamericanos, pero pocos sistemas escolares tienen regulaciones especiales para atender a estos estudiantes.
Tras entrevistar a Andrew Almazán, no pude evitar pensar qué hubiera sido de este joven si su padre no hubiera sido un médico con los conocimientos y medios económicos para poder ofrecerle una educación en su casa. Probablemente sería uno de los tantos talentos excepcionales a los que se les diagnostica el Síndrome de Déficit de Atención, son expulsados de sus escuelas, y se convierten en uno más de los millones de talentos desperdiciados de la región.
