En Navidad, la mirada de la Iglesia se ha posado en el Hijo de Dios y nuestro corazón ha revivido la emoción que brota cada vez que pensamos en Belén. Pero ahora los ojos se dirigen a la Madre. Es un descubrimiento que completa la Navidad e ilumina el sentido mismo de ella. Observa justamente G. Chesterton: "No pueden pensar en un recién nacido sin pensar en su madre. No pueden visitar al niño sin visitar a la madre. En la vida humana, no se puede pensar que nace un niño si no es a través de la madre''. Por eso Dios ha querido para sí una madre. Este hecho arroja una fuerte luz sobre la misión de la mujer y su maternidad. Esta hace de la mujer un misterio que la acerca al misterio mismo de Dios: así como Dios es la cuna de la vida, la mujer es la cuna de sus hijos. 


Dios, pensando en nosotros, ha subrayado esta verdad, quizás porque la mujer es desde siempre tentada a realizarse negándose a sí misma, y afirmarse mortificando su verdadera grandeza y su sublime identidad. En un documento publicado al concluir un congreso sobre la condición de la mujer en el mundo, organizado por la ONU, apareció esta increíble afirmación: "La maternidad es un obstáculo para la emancipación de la mujer''. No. No es así. Pondré un ejemplo. Desde hace un mes visito en un hospital y llevo la eucaristía a una señora del interior del país, casada hace seis años. No podía tener hijos, y con su esposo adoptaron tres chicos. Ahora está embarazada de dieciséis semanas y para poder llevar adelante su embarazo, debe permanecer en total reposo hasta que se completen los nueve meses. Prácticamente imposibilitada de moverse y con sus piernas en alto hasta ese momento. Esta mujer, haciendo este sacrificio, no es libre? No es ese un acto de amor sublime, ejemplar y emancipador? La maternidad hace de la mujer, el corazón mismo de la humanidad, y cuando los hombres no ven más la grandeza y la belleza de la maternidad, son incapaces de ver otros valores y se encaminan por un sendero que conduce a pisotear la vida humana en todas las expresiones. Por tanto, defendiendo la maternidad, se defiende la vida humana; respetando la maternidad, se respeta la vida humana; renegando la maternidad, el niño es privado de un irrenunciable calor y de un componente indispensable para su crecimiento y equilibrio. Cristo nos los recuerda a través de María: la Madre! 


La maternidad une el niño a la madre con un lazo único e indisoluble. Dios busca espacios de ayuda entre los hombres y exulta cuando su bondad encuentra respuestas y adhesiones sinceras. María es la criatura en la que Dios ha hallado la más abierta y dócil colaboración. Por eso ella, siendo madre de Dios, ha llegado a ser madre de los hijos de Dios. La Navidad no es completa sin María. La verdad que consuela es la cercanía de Dios, que aparecería privada de algo si no la viéramos en lo concreto de los personajes a través de los cuales se realiza: comenzando evidentemente por María. Ella en Navidad no habla: su misión es acoger e indicar donde está el recién nacido. Hay una preciosa ciudad portuguesa amurallada que se llama Obidos. Está bastante cerca del santuario de Fátima. En la entrada sobre un arco, aparece una imagen de la Virgen, sonriente y muy bella. Después de recorrer el pueblo, a la salida se ve, en la parte posterior de la imagen, una inscripción estimulante. Contiene unas palabras cariñosas como dichas por María: "Suspende tus pasos, hijo mío. Sin mí no vas lejos. Si precisas de mí, llámame''. Pensar en María Madre, es pensar en quien siempre está atenta para interceder y solucionar nuestras dificultades, y al mismo tiempo, para llevarnos sobre sus espaldas cuando el paso de los años y el peso de la vida se hacen sentir.  


Conrado III, rey de Germania, en el siglo XII, sitiaba con éxito una ciudad perteneciente al duque de Baviera. Como las consecuencias del cerco se dejaban sentir sobre los habitantes de aquella plaza, las mujeres desde las almenas protestaron diciendo que ellas no tenían nada que ver con aquellas guerras y que se les diera licencia para salir con algo de sus pertenencias. Cuando lo supo el monarca, accedió, pero con una condición: que ninguna de ellas llevara consigo más de lo que pudiera acarrear. Así se hizo, y dada la orden, Conrado pudo observar cómo salían las mujeres una a una llevando a sus hijos o a sus maridos al hombro. Ante aquel espectáculo, y no pudiendo volverse atrás, exclamó Conrado: "Ojalá tuviera en mis ejércitos mil mujeres como éstas!''. Cuando sea necesario, también María Madre, no sólo estará a nuestro lado, sino que nos cargará en sus brazos, como hacían nuestras madres cuando éramos pequeños, para que nuestro cansancio se transforme en alivio, y nuestro llanto en sonrisa.