Cada recorrido desde la casa al almacén o a la carnicería, el muchachito lo hacía con la mirada hacia el suelo. Buscaba minuciosamente en la calle moneditas. Sólo una de 5 centavos encontró en 20 días, los que restaban para el viaje a Buenos Aires con su familia. De mí estoy hablando. El primer viaje a la gran metrópolis no podía encontrarme sin un pesito en el bolsillo, por más que mis padres algo nos dieran para gastitos muy elementales. Mi madre administraba con magia el simple sueldo que mi padre ganaba como empleado público. Con magia, digo, porque sólo algo así pudo solventar un viaje tal y luego dar a sus tres hijos un título universitario.
El metal reluciente esquivaba mis ansias en el reiterado camino. Ese hogar humilde nos crió, felizmente. Agradezco haber sido pobre, y por eso valorar las cosas que se poseen y amar las que se persiguen.
Días de fiebre. Siempre ese estigma en este bendito y rico país de las carencias y desencuentros. Días de gobiernos mediocres, pero también de grandes gobiernos a quienes se les cavaba la fosa. Días de militares asechando la tranquilidad y la Constitución, junto a civiles que fogoneaban los golpes. Ambos jamás entendieron qué era este extraño compendio de pocos artículos que consagra los derechos fundamentales del hombre en sociedad, que se llama Constitución. Días del fútbol, deporte nacional, con el cual siempre fuimos los mejores del mundo, aunque los resultados nos desmentían y lastimaban el alma popular, nos desarmaban la soberbia, y constantemente nos ponían en su lugar, sin que aprendiéramos. ¡Ay país, país..! Aquel del cantor de la gran pinta, que cada día canta mejor; el de Pepe Biondi o Carlitos Balá sembrando casi en vano carcajadas ganadas sin golpes bajos ni insultos. País de la imagen del Che sellada en camisetas de fútbol; de los comienzos de Pinti, desangrando en teatros y el mundo nuestras pequeñas historias signadas por frustraciones y dolores morigerados por el humor. Tierra del gran tango, expresión del mejor arte universal; de la música nativa que sigue acunando zambas, chacareras, tonadas y valses para los tiempos y el orgullo legítimo. País donde algunos enarbolan un pensamiento que otros insultan; donde aún cuesta horrores respetar las ideas de los demás y esbozar la nobleza de la autocrítica. Pero, de ninguna manera está todo perdido. Al contrario, tanto nos hemos equivocado, que siempre es posible construir mejor.
¡Ay, país, país..! Aunque creo que la mayoría de nosotros sigue custodiando en el pecho un niño o un adolescente vestido de pureza, y así proponemos armarnos para continuar en dignidad. Menos mal la evocación con alegría de aquel chico que buscaba moneditas con la frente gacha pero invicta. Menos mal las cosas simples. Menos mal la ensoñación de vivir, simplemente de vivir.
