A diferencia de los voceros del Gobierno nacional, que niegan la inflación, el titular de la CGT declaró "que haya un poco de inflación y que siga generando puestos de trabajo, aumentos salariales, consumo masivo, no es malo para un país, lo que es malo es la deflación”. El líder camionero no es economista para que su análisis tenga seriedad, pero es aliado de la espiral inflacionaria porque sobre la escalada de los precios aumenta el poder sindical en la negociación salarial.

Es cierto que "un poquito” de inflación -3 o 4% anual- en países desarrollados es aceptable en una economía en crecimiento, pero no del 25% como miden las consultoras privadas en Argentina. Aquí no hay una inflación razonable sino la del supermercado que mide la CGT para la discusión paritaria. Con semejante porcentaje no existe el equilibrio que argumenta Moyano y por el contrario frena las inversiones productivas, posterga proyectos empresarios y este desaliento impacta directamente en la generación de puestos de trabajo y acota el consumo. Además es una falacia hablar de deflación porque lo importante es una estabilidad regulada.

Lo que debería reclamar el sindicalista es que el Ejecutivo sincere los índices inflacionarios, acepte sus consecuencias y que las organizaciones gremiales exijan medidas urgentes para contener el enorme gasto público, causante principal de la estampida de precios. Sostener esta discrecionalidad requiere un impuesto especial y esa carga es la inflación que repercute en la sociedad, mucho más en los pobres, que carecen de margen de maniobra para atender la economía familiar.

Lo real es que superamos a Venezuela en inflación continental y podemos obtener el título mundial.