Otra vez la noticia que señala la muerte de niños por desnutrición vuelve a ocupar la escena de la información, golpeando el presente y el futuro de una nación que alguna vez fue calificada como la tierra bendita del pan. Son nueve los pequeños pertenecientes a familias de aborígenes que murieron en los últimos diez días como consecuencia de deficiencias alimentarias severas.

Todos ellos tenían un denominador común: pertenecían a familias aborígenes inmersas en la pobreza, el aislamiento y el desempleo, un verdadero caldo de cultivo de la desnutrición que afecta al 6% de la población, según cifras oficiales, pero que alcanzaría el doble según las fundaciones dedicadas a combatir el problema. Se calcula que un millón y medio de niños se encuentra en riesgo nutricional. Cerca de 4 millones de argentinos viven en la indigencia, lo que significa que no llegan a poder adquirir lo básico para alimentarse.

De los hogares del país, el 16% presenta riesgo alimentario, es decir que al menos uno de sus miembros pasó hambre durante el año, según el último informe del Barómetro de la Deuda Social, publicado en 2010 por la Universidad Católica Argentina (UCA). A pesar de esta situación vergonzosa, no hay una ley de donación de alimentos. En la Cámara de Diputados se encuentran dos proyectos que hace más de un año permanecen en la Comisión de Acción Social y Salud Pública, sin ser tratados. De no hacerlo este año, perderán estado parlamentario.

Crecer a tasas chinas, no importa cuánto se jacten de ello los funcionarios gubernamentales, no ha resultado ser la prometida panacea que remediaría de modo rápido y eficiente los males de la Argentina. La sociedad debe hacer una profunda autocrítica, comenzando por su dirigencia política, por no haberle prestado a esta situación la atención y el control permanente que se merece. El mal ya no está más latente, y no hay justificativos válidos para tanta ceguera y desaprensión.

Abel Albino, presidente de la Fundación Conin, en una conferencia brindada para hacer tomar conciencia del drama de la desnutrición, afirmaba: "¿Quieren que les diga cómo se hace un gran país? Preservar el cerebro dentro del año, educarlo; cloacas, agua corriente, agua caliente y luz eléctrica, y tendremos una potencia en 30 años".

La desidia y la inoperancia general han llegado a límites increíbles. Mientras tanto, varias generaciones de argentinos jóvenes están perdiendo su oportunidad de vivir con dignidad en el país en que han nacido.