Por primera vez en la historia de Costa Rica, asumió la presidencia una mujer, Laura Chinchilla, quien seguirá el camino de sus antecesoras centroamericanas, Violeta Chamorro y Mireya Moscoso, de Nicaragüa y Panamá, respectivamente.

El caso de Costa Rica es trascendente, porque es una de las democracias más sólidas del continente y la más antigua de América latina, con avances que se remontan al siglo XIX con el derecho universal a la educación pública y la eliminación de la pena de muerte. Además, hace 61 años abolió al ejército, al declarar la paz al mundo. Chinchilla recibe el legado del presidente saliente de su segundo mandato, Oscar Arias, Premio Nobel de la Paz, en 1987, por su intervención para poner fin a los conflictos armados en América Central.

Si bien Costa Rica es un país próspero, con enorme potencial, la nueva mandataria tiene serios desafíos, como "el avance avasallador de la criminalidad y del narcotráfico", según observó en su mensaje de asunción. Es que la creciente presencia de los cárteles de la droga en suelo costarricense, debido a la persecución que tienen en México y Colombia, será un grave problema para afrontar sin fuerzas armadas.

Además, prometió su esfuerzo por una nación más segura, más educada, más próspera, competitiva y respetuosa de sus recursos naturales, sin olvidar la brecha social marcada con el 18,5% de pobreza. Tampoco contará con mayoría parlamentaria, a pesar del 46% de los votos, pero Chinchilla, con vasta experiencia pública, seguramente obtendrá consenso porque dijo que en su gestión, será "imperativo ético escuchar, poner oído atento y deliberar", ya que nadie debe pretender el monopolio de la verdad.