Helicón es un monte de Beocia (provincia de Grecia) que la mitología consagró a las musas, como lugar donde viene o va el poeta a buscar su inspiración.El eterno Parnaso (monte de Grecia Central) es el conjunto de los poetas de un lugar o tiempo determinado, coexistiendo con las nueve musas de la creencia mitológica. Allí "estuvo'' Amado Nervo, el profundo poeta mexicano que sufría sus poemas, impregnándolos del ardor de su espíritu. Uno de los versos, con sentida realidad volcada, lleva la nostalgia por sus años jóvenes, impregnada de su intenso anhelo de vida.

Nervo vivió con inusitada intensidad esas dichas, y de entre ellas dejó perfilado -en el poema "cobardía''- su enamoramiento de una niña-mujer, delante de quien quedó extasiado, pero a la que no se animó a "seguir'' -lo dice en sus versos- porque "tuve miedo de amar con locura'': "Pasó con su madre, ¡Qué rara belleza!/ ¡Qué rubios cabellos de trigo garzul!/ ¡Qué ritmo en el paso! ¡Qué innata belleza/ de porte! ¡Qué formas bajo el fino tul!'' Esa es la exquisitez de sentimientos de un poeta, ante la imagen fugaz de una dulcísima presencia femenina que lo aturde, y que no llega a enajenarlo porque "cerrando los ojos la dejé pasar!''.

Cuántas veces, en ese andar de la vida llamado "calle'', vemos pasar a la mujer argentina -una de las más lindas del mundo- con su hispanísima majeza, con su ingénita soltura, con su natural lucir de indiferencia y desenfado insinuantes. Cuántas veces, solazando nuestra vista y haciéndonos olvidar el entorno, nos sentimos regalados, complacidos, y hasta halagados, cuando unos ojos femeninos se cruzan con los nuestros, casual o intencionadamente, dejándonos una estela de cómplice sugerencia. Y cuántas veces se nos escapa la porfía de hombres "muy hombres'', desubicados y extraviados por una dulce mujer que pasa.

La mujer, más que competir con sus iguales, compite con sí misma: Está formada con una especial caracterología elaborada en base a sensibilidad y condicionamientos de identidad propios, inmanentes en su esencia. Los ámbitos que a veces -o muchas veces- ocupados por la masculinidad restringen la presencia femenina, suelen no ser categorizados por el hombre en su lugar de ocupante inercial.

La verdadera mujer, en su arcana intimidad emocional, se siente mujer porque se sabe mujer. Que esto no parezca perogrullada, ya que esa verdad y certeza que lleva dentro no es -ni mucho menos- necedad insustancial que transforme su simplicidad en simpleza, y sí en la fuerza de su femineidad, ...aún en momentos de "estamparnos'' su figura en la calle.

Una espléndida presencia femenina en selectos lugares sociales, irrumpe con características áulicas, se congracia al instante, inquieta a las mujeres y absorta a los hombres: El porte femenino acaecido con esbeltez y finura -más un desliz íntimo de orgullo sin arrogancia-, rompe cánones ordinarios para entrar en la realeza femenil.

Fémina moderna, compulsiva consigno y ante "las otras'' y "los otros'', "recoge'' el "aguante'' que permanente le "arroja'' su inevitable "contrincante'' varonil, y se apremia, consciente y segura, para la defensa constante de sus heredades ancestrales, desde aquel bíblico Paraíso Terrenal.

Ver pasar a una mujer con la donosura de sus propios atributos de preciosidad, revela el ánimo y apresura una reverencia del espíritu, señal de acatamiento instintivo hacia ese ser privilegiado que, para su desconsuelo, fue "creado'' a partir de una costilla del hombre.