La inmensa mayoría de las actuales generaciones de políticos leen poco y mucho menos se informan o escuchan a los mayores sobre los errores y aciertos de quienes les precedieron en las disputas políticas o en el ejercicio del poder. Se percibe. Creen saberlo todo.


Hay candidatos que llegan a cargos públicos en nombre de determinados partidos políticos sin preocuparse en conocer la historia del partido en el que desembarcan por razones fortuitas de amistades o compromisos diversos.


¿Quién falla entonces?, el político. Argentina vive dividida y antes de los seis meses de ejercicio del actual Gobierno que asumió el pasado 10 de diciembre de 2019, ya experimentó en las calles protestas populares de la oposición o de ciudadanos que sin pertenecer a partidos políticos discrepan con los pasos de la actual gestión presidencial. Todos sabemos que la más auténtica manifestación de discrepancia o descontento se canaliza a través de las urnas. Y aunque la libertad de expresión debe ser respetada siempre, en 2021 llegan elecciones legislativas en todo el país y sería ése el momento ideal para formalizar los descontentos o adhesiones. Mientras tanto, como viene sucediendo en las últimas décadas cada gobierno que asume agita la bandera de la pesada herencia, y en lugar de resolverla, traslada al próximo más cargas negativas que resolver. 


Cuando en 1972, el país venía de una dictadura surgida en 1966, tras el derrocamiento del presidente Arturo Illia, los partidos políticos comenzaron a prepararse para una salida democrática anunciada a cuenta gotas por el general Alejandro Lanusse, último eslabón de esa penúltima dictadura. El líder justicialista Juan D. Perón y Ricardo Balbín, histórico dirigente de la UCR, vivieron enfrentados desde siempre. Tanto que, siendo diputado nacional en 1949 y gobernando Perón, Balbín fue encarcelado. El dirigente radical presidía el llamado Bloque de los 44, o de la "resistencia", seguido por Arturo Frondizi, muy críticos con la gestión justicialista iniciada en 1946. El 29 de septiembre de 1949 para sorpresa de todos, se aprobó en la sesión de la Cámara de Diputados un pedido de desafuero de Balbín. En rápido trámite el proyecto fue aprobado y luego se lo condenó a cinco años de cárcel, pena que cumplió hasta 1951 en Olmos, ya que fue finalmente indultado por el propio presidente Perón. Sin embargo, no se vieron más, y en septiembre de 1955 Balbín expresó públicamente su apoyo a la llamada "Revolución Libertadora", que terminó derrocando al peronismo. Pero, la gravedad política y social del país en los años 70 llevó a que los antiguos antagonistas o enemigos consideraran al país por encima de todo, y para lo cual era necesario sentarse a conversar. Atrás quedaron viejas pasiones y enfrentamientos cuando el 19 de noviembre de 1972, a días del primer regreso de Perón al país tras 17 años de exilio, éste y Balbín se reunían en Gaspar Campos donde el encuentro se abrió con un largo abrazo que conmovió a muchos. La historia siguió. Pudieron haber formado una fórmula presidencial que, de ganar, hubiese evitado el sangriento golpe de 1976. Pero pusilánimes rencillas internas de ambos partidos, sobre todo por la acción de José López Rega del lado justicialista, lo impidieron. Luego, es muy recordada la emotiva y generosa despedida de Balbín a Perón ante su féretro, en junio de 1974. Hoy no hay un Perón en el Frente de Todos, lo sabemos, pero tampoco hay un Balbín en la oposición. En síntesis, no hay voluntad en coincidir. 

Por Luis Eduardo Meglioli
Periodista. Autor del libro "Perón-Frondizi, la conversación".