"...en los claroscuros del alma, en las contradicciones del mundo, en las dulzuras genuinas, siempre habrá Navidad".

Doblegado por la tristeza, un hombre toma la posta de un bar oscuro y se embriaga para no escuchar las doce campanadas. Una niña de luz coloca en el arbolito un sueño que se hamaca en los arroyos del día de la víspera y aguarda la noche con esperanzas. Por un senderito azul que se enorgullece de vida y amores surca la noche un trineo repleto de sueños nuevos y canciones ingenuas. En otro costado del mundo, llegadas las doce, las metrallas han de descansar la muerte por un momento, y todo por la Navidad. Hay un punto trascendental y único: en los claroscuros del alma, en las contradicciones del mundo, en las dulzuras genuinas, siempre habrá Navidad.


En este enorme sueño de un Sur que lucha y desangra porque le cuesta lograrse; en estos días y desde hace un tiempo importante acecha desde donde debiera provenir la paz y la concordia un estigma de desencuentro e intolerancia, un tropel inacabable de frases tan hirientes como inútiles. El sagrado soplo de los entendimientos se ha convertido en un territorio inhóspito donde proliferan la descalificación del otro, su repudio y desdén. Una desasosegada patria ha sacado a la calle su peor imagen. El hombre ya no reconoce la ley y se da la mano con el oportunista en un territorio de insensateces, especulaciones políticas y sospechas. Pareciera que ya es tarde hacerles comprender que ha sido un tremendo error la falta de castigo a quien infringió las normas que la sociedad impuso en un contrato social siempre vigente para poder subsistir en concordia y organización.


Es hora de resucitar del barro. La Navidad siempre espera desde su trascendente mensaje y desde la ternura de la tolerancia.


En una mesa grande se sienta la vida a realizar inventarios, cicatrices y amores. A la vera de este escenario incomparable del corazón, esta coincidencia milagrosa del amor universal que únicamente se repite los veinticinco del último mes del año, un niñito toda pureza, constantemente renovado de afecto y ternura, puede mirarnos con premoniciones de eternidad, y esa mirada debiera ser suficiente para aspirar a ser amistosos y mejores. La Navidad no debiera ser un pretexto trivial para ser dulces y fraternos una noche del año. Debiera ser un constante comienzo, una iniciativa a revivir del mejor modo.


Sueños e ingenuidad, desde un mundo acorralado por intolerancia e injusticia, son legítimos argumentos para recomenzar la vida en serio todos los veinticinco, abrazados o al menos respetando sinceramente al amigo, al adversario y a quien no piensa como nosotros.

Por el Dr. Raúl de la Torre
Abogado, escritor, compositor, intérprete.