A esa resignación moldeada por la frustración e impotencia por no poder cambiar las cosas, la psicología la denomina teoría de la indefensión aprendida. Es cuando la persona, al reconocerse incapaz para alterar el resultado, asume una conducta indiferente, pasiva y peligrosamente conformista.

Sucede en todas las sociedades. En las desarrolladas, como Estados Unidos, donde 11 millones de indocumentados vieron esta semana escabullir sus sueños por una reforma migratoria incumplida. En naciones estables, como Chile, donde los candidatos trataban de despabilar a millones de votantes indiferentes en las recientes elecciones, o en débiles democracias, como la nicaragüense, donde ya se aceptó que Daniel Ortega reforme la Constitución para eternizarse en el poder.

Muchas veces esa indefensión aprendida no es producto de la casualidad, sino inducida con intención. El caso típico es Venezuela, donde los repetidos abusos de poder van desgastando las fuerzas de la gente que, abatida, hace suya la frase: "’Nos merecemos el gobierno que tenemos”. Ante esa desesperanza, el gobierno aprovecha para alimentar ese círculo vicioso de abusos y resignación. Como a imagen y semejanza de una Cuba económicamente discapacitada, Nicolás Maduro consiguió la ley que lo habilita a gobernar sin Congreso y decretar su "’guerra económica”. Ya mandó detener la inflación por decreto e incentivó a las hordas para que desvalijen comercios de electrodomésticos, castigando así a comerciantes "’imperialistas y especuladores”.

Maduro prohibió a los medios que hablen de "’saqueos” so pena de cerrarlos o incautarlos, así como antes prohibió informar sobre motines carcelarios y hechos de violencia. Y a sus simpatizantes embarduna con clientelismo y precios por decreto, a sabiendas de que los subsidios generan sumisión, mientras que el trabajo crea peligrosa libertad.

Pero el control puede ser solo un espejismo de bienestar, más aún cuando Cuba es el espejo. Es que la indefensión aprendida no siempre actúa como anestesia. En sus primeras etapas, esta genera resignación, indiferencia y conformismo, pero luego puede degenerar en estadios más peligrosos, como se vio con la "’Primavera Árabe”, cuando las muchedumbres se desbordaron cansadas por la continua opresión.

La historia está llena de ellos y no distingue en ideologías de izquierda o derecha y esa misma historia muestra que el sentimiento de indefensión, suele llevar a sociedades enteras a un estado de depresión y fracaso, en las que la gente no entiende por qué habiendo tantos recursos, las crisis son intermitentes y replicables de generación en generación.

Evitar esa indefensión aprendida no es una cuestión social, sino, ante todo, una responsabilidad individual. En democracia cada uno debe asumir una actitud proactiva, pese a los contratiempos. Participar de las elecciones, centros comunitarios y de cacerolazos; denunciar los malos servicios y las injusticias; alzar la voz en los medios y redes sociales, son formas de participar y hacer sociedad. No tirar la toalla, no rendirse, es el mejor antídoto contra la indefensión.