Lo más importante de la desaparición de Franco fue que dio paso, contrariamente a lo que él programó, a una democracia de la que sus vecinos europeos ya gozaban desde unas tres décadas atrás. "Caudillo de España por la Gracia de Dios” y "Generalísimo de los tres ejércitos”, gobernó con mano de hierro y el apoyo de la Iglesia Católica y de los sectores más conservadores. Monárquico por convicción, Franco había sido condecorado por el rey Alfonso XIII (bisabuelo del actual rey Felipe VI) por acciones de guerra en Marruecos y posteriormente vencedor de una guerra civil de tres años (1936-1939).
Tras ella, los vencidos, republicanos que había eliminado la monarquía en 1931 (Segunda República Española 1931-1939) fueron tomados prisioneros, en muchos casos fusilados o condenados a largos años de prisión. Los que pudieron, emigraron hacia países vecinos o a América. La dictadura había comenzado un camino que nadie pudo cambiar hasta la misma muerte del autócrata.
Aquellos días de noviembre de 1975 fueron escenario de serios temores en ciertos sectores de la población que habían sufrido la citada guerra porque el marco institucional y político enrarecido hacía prever algún tipo de conflictos entre los que bregaban por la apertura y quienes deseaban continuar el régimen con el flamante rey Juan Carlos como sucesor. Afortunadamente, no hubo enfrentamientos. La democracia ya sobrevolaba con ansias de aterrizar para siempre. Pilar Franco Bahamonde, "la hermana roja del generalísimo” por sus ideas progresistas alejadas del franquismo puro, dijo a este periodista casi 15 años después: "Mi hermano quería que no cambiara nada, pero en el fondo ni él se lo creyó”.
En realidad, la adultez y la prudencia de los españoles fueron heroínas principales de esa modélica Transición, y se vieron alimentadas desde el cruel pasado por la durísima experiencia de la guerra civil, cuatro décadas antes, cuyo recuerdo vibraba intacto en la mente de miles de abuelos que no querían otra infeliz batalla entre hermanos que, ahora, tuviera como protagonistas a sus propios nietos.
Así, la mítica y elogiada transición, que ya ha tenido observaciones críticas en algunas lecturas más recientes sobre este periodo, 1975-1985, se desarrolló en paz y libertad, y hasta Mijail Gorvachov, último presidente de la URSS reconoció, tras la caída del Muro de Berlín, que estaban aprendiendo de España para construir el mejor camino hacia la democracia en aquellas repúblicas. En los primeros tiempos, con Adolfo Suárez como presidente del Gobierno designado por el rey, y luego ratificado en las urnas de las primeras elecciones libres del 15 de junio de 1977, la perseverancia de la dirigencia política logró sumar hitos fundamentales para el nacimiento de una auténtica nación democrática, entre los cuales destaca la nueva Constitución aprobada en 1978 y que rige hasta hoy.
Para la mayoría de los analistas, la ya legendaria transición española terminó cuando los socialistas del PSOE (Partido Socialista Obrero Español) llegaron al poder con las elecciones del 28 de octubre de 1982. Y otros señalan ese final cuando Felipe González, ganador de aquellos comicios, entregó el gobierno a su sucesor conservador José Maria Aznar del PP (Partido Popular) en 1996.
Hoy, los niños y jóvenes españoles no saben quién fue Franco. Apenas se lo mencionan en la escuela y en las carreras universitarias de historia. Por eso, a la hora de abordar el tema, los pequeños preguntan en familia: "Papá, ¿quién fue Franco?”, "Un dictador, hijo, ¡un dictador!”. Pero todavía quedan hombres y mujeres con otra respuesta: "Alguien que nos dio pan y paz muchos años”. Mientras tanto, la tumba del "generalísimo” hoy sólo es visitada sólo por turistas o algún estudioso de la historia.
