En aquel tiempo: Jesús, al enterarse de la muerte de Juan el Bautista, se alejó en una barca a un lugar desierto para estar a solas. Apenas lo supo la gente, dejó las ciudades y lo siguió a pie. Cuando desembarcó, Jesús vio una gran muchedumbre y, compadeciéndose de ella, curó a los enfermos. Al atardecer, los discípulos se acercaron y le dijeron: "Éste es un lugar desierto y ya se hace tarde; despide a la multitud, para que vaya a las ciudades a comprarse alimentos”. Pero Jesús les dijo: "No es necesario que se vayan, dadles de comer vosotros mismos”. Ellos respondieron: "Aquí no tenemos más que cinco panes y dos pescados”. "Traédmelos aquí”, les dijo. Y después de ordenar a la multitud que se sentara sobre el pasto, tomó los cinco panes y los dos pescados y, levantando los ojos al cielo, pronunció la bendición, partió los panes, los dio a sus discípulos, y ellos los distribuyeron entre la multitud. Todos comieron hasta saciarse y con los pedazos que sobraron se llenaron doce canastas. Los que comieron fueron unos cinco mil hombres, sin contar a las mujeres y a los niños (Mt 14,13-21).

En el evangelio de este domingo podemos descubrir tres caminos: el de la interioridad, el de la alteridad y el de la gratuidad. 1.- La interioridad: "Jesús se alejó en una barca a un lugar desierto para estar a solas. Apenas lo supo la gente, dejó las ciudades y lo siguió a pie” (Mt 14,13). El desierto era el lugar al que Yahvé invitaba a su pueblo por medio de los profetas, para "hablarle al corazón” (cf. Oseas 2,14). Jesús se retira allí dándonos el ejemplo de lo que se debe hacer cuando se quiere que Dios nos eduque el corazón en la vivencia profunda de la intimidad. El desierto es una dimensión interior en la que descubrimos lo necesario y lo esencial, despojándonos de todas las categorías humanas sobre las cuales fundamos nuestra vida. Despojados de las ambiciones; de la "carrera” a cualquier precio; de lo útil y del interés, dejamos lo relativo para encontrarnos con el Absoluto. ¡Tantas reuniones y encuentros con otros a lo largo de nuestras jornadas cotidianas, y tantos desencuentros diarios con nosotros mismos porque nos olvidamos o no queremos saber quiénes somos y para que vivimos! La interioridad es el lugar en el que el alma deleita la salvación.

2.- La alteridad o búsqueda y encuentro del otro: "Cuando desembarcó, Jesús vio una gran muchedumbre, y compadeciéndose de ella, sanó a los enfermos. Al atardecer, los discípulos se acercaron y le dijeron: ‘Este es un lugar desierto y ya se hace tarde; despide a la multitud, para que vaya a las ciudades a comprarse alimentos”. Pero Jesús les dijo: ‘No es necesario que se vayan, denle de comer ustedes mismos” (Mt 14,14-16). El principio de acción del Maestro es su "compasión”. Esta palabra, en hebreo (hesed), hace alusión a las "vísceras”; a la "entraña materna”, y es la cualidad fundamental del Dios amor que lo lleva a inclinarse sobre el hombre, para susurrarle al oído la fuerza de su Palabra y socorrerlo en su debilidad. Con su compasión, Dios misericordioso viene a abrazar la miseria de su criatura y a restablecerla continuamente en su dignidad, de modo especial en los momentos en que nos sentimos cansados y agobiados. Y este acompañamiento tierno y suave de Dios se da siempre, puesto que "es eterna su misericordia” (Salmo 136). El texto de hoy afirma que Jesús "curó a los que estaban enfermos”. Curar es un verbo que en griego significa "veneración”; y el término "enfermo”, indica al que "no puede mantenerse en pie”. Así es la compasión de Dios: actitud de respeto delicado hacia quien está postrado por el dolor o la prueba, permitiéndole ponerse nuevamente en camino.

3.- La gratuidad: "Jesús tomó los cinco panes y los dos pescados y levantando los ojos al cielo, pronunció la bendición, partió los panes, los dio a sus discípulos, y ellos los distribuyeron entre la multitud. Todos comieron hasta saciarse y con los pedazos que sobraron se llenaron doce canastas. Los que comieron fueron unos cinco mil hombres, sin contar las mujeres y los niños” (Mt 14,19-21). Es el evangelio de la desproporción. ¡Qué son cinco panes y dos pescados para alimentar a una muchedumbre! Pero el Señor para hacer el milagro, no crea el pan de la nada. Se sirve de esa pequeña e insignificante cantidad, para demostrar que él, sí sabe sacar las cuentas. Su lógica divina no es como nuestra necia matemática. Para nosotros eso no es nada, y para él es más que suficiente. Tendremos que incorporarlo a Jesús en nuestras apremiantes situaciones, y descubriremos que cinco panes, más dos peces, más el Señor: ¡milagro! Y el milagro como el que el Hijo de Dios hace este domingo, es expresión de que su don gratuito lo parte y reparte diariamente para que todos quedemos siempre saciados.