En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: "Habrá signos en el sol y la luna y las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes, enloquecidas por el estruendo del mar y el oleaje. Los hombres quedaran sin aliento por el miedo y la ansiedad ante lo que se le viene encima al mundo. Entonces verán al Hijo del hombre venir con gran poder y majestad. Estad siempre despiertos, pidiendo fuerza para escapar de todo lo que está por venir y manteneros en pie ante el Hijo del hombre." (Lc 21,25-28.34-36).


Hoy iniciamos el tiempo "fuerte" de la liturgia, que se llama "Adviento". Este término viene del latín "adventus", que significa "venida", "llegada". Con el Adviento comienza un nuevo año litúrgico en la Iglesia y su fin es avivar en los creyentes la espera del Señor. Es un periodo caracterizado por dos pilares: la oración y la esperanza. Hay un episodio muy conocido de la vida de la santa alemana Benedicta de la Cruz, conocida antes de su consagración religiosa como Edith Stein (1891-1942), cuando, antes de su conversión, entra en la catedral de Francfort y ve allí a una sencilla mujer que viene del mercado, se arrodilla y reza. Según el propio testimonio de Edith Stein, esta escena fue una impresión decisiva en su camino hacia la fe: una persona sencilla que se arrodilla para rezar en la catedral. Algo inexpresable, sumamente sencillo, la cosa más natural, y sin embargo tan misterioso: ese trato familiar con el Dios invisible. No es un meditar replegándose en sí mismo, sino el silencioso tender hacia un Otro que es Misterio. Lo que Edith Stein vislumbra en esa sencilla mujer que reza, se convertirá pronto para ella en certeza: Dios existe, y en la oración nosotros nos volvemos a El. ¡Qué impresión tuvo que causar en sus discípulos la oración silenciosa de Jesús, prolongada a menudo durante horas y noches enteras! ¿Qué sucedía en ese tiempo de misterio, durante ese prolongado volverse en silencio hacia aquel a quien Jesús llamaba "Abba"? "Un día estaba Jesús orando en cierto lugar. Cuando acabó, uno de sus discípulos le dijo: Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos" (Lc 11,1). Enséñanos a orar: el anhelo de entrar en el espacio de esa callada intimidad, ese extenderse despierto hacia Aquel que se halla invisiblemente presente: el respeto hacia el misterio de la oración de Jesús es tan grande, que el discípulo no se atreve a interrumpir al Señor, a "entrometerse" en su oración pidiéndole cosas. Espera hasta que Jesús mismo sale de la oración. Y entonces se atreve a pedirle, a rogarle: "¡Enséñanos a orar!". No nos conmueve entrar en el templo y ver una persona que está haciendo oración en silencio? Esa vista ¿no despierta en nosotros el anhelo de orar? ¿No escuchamos en ese momento el murmullo del manantial, que nos invita a llegarnos al agua viva? Así como Ignacio de Antioquía, el mártir, escribe: "Un agua viva que murmura dentro de mi y desde lo íntimo me está diciendo: "¡Ven al Padre!"(Rom 7,2). La oración también se complementa con la esperanza. La plegaria se proyecta en una luz que anima a otros a seguir viviendo; no "tirando" de la vida. Decía Martin Luther King: "Si ayudo a una sola persona a tener esperanza, no habré vivido en vano". Cuenta una leyenda americana que había una vez una tribu india acampada en la ladera de una montaña. Y el jefe ya estaba muy enfermo. Llamó a sus tres hijos y les dijo: "Yo voy a morir y uno de vosotros tiene que sucederme. Quiero que subáis a la montaña santa y me traigáis un bello regalo. Aquél que traiga el mejor regalo será el nuevo jefe". Después de algunos días regresaron. El primero trajo una flor rara y extraordinariamente bella. El segundo vino con una piedra de color, suave y redonda, pulida por la lluvia y el viento. El tercero dijo a su padre: "Yo no traigo nada. Estando en lo alto de la montaña pude ver que a la otra parte hay unas praderas maravillosas, llenas de hierba verde. Vi también un lago cristalino. Tuve la visión de dónde podía ir nuestra tribu para tener más calidad de vida. Quedé tan sobrecogido por lo que vi, que no pude traerme nada". Y el anciano jefe replicó: "Tú serás el jefe, porque tú nos has traído el regalo de la visión de un futuro mejor". A veces parece que tenemos una tendencia casi natural a vivir la opacidad de una rutina que nos impide admirar lo maravilloso que se encierra en cada día. Según el novelista libanés Khalil Gibran (1883-1931): "En el corazón de todos los inviernos vive una primavera palpitante, y detrás de cada noche, viene una aurora sonriente".

Por el Pbro. Dr. José Manuel Fernández