Muchos de sus discípulos decían: «¡Es duro este lenguaje! ¿Quién puede escucharlo?» Jesús, sabiendo lo que sus discípulos murmuraban, les dijo: «¿Esto los escandaliza? ¿Qué pasará, entonces, cuando vean al Hijo del hombre subir donde estaba antes? El Espíritu es el que da Vida, la carne de nada sirve. Las palabras que les dije son Espíritu y Vida. Pero hay entre ustedes algunos que no creen» En efecto, Jesús sabía desde el primer momento quiénes eran los que no creían y quién era el que lo iba a entregar. Y agregó: «Por eso les he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede» Desde ese momento, muchos de sus discípulos se alejaron de él y dejaron de acompañarlo. Jesús preguntó entonces a los Doce: «¿También ustedes quieren irse?» Simón Pedro le respondió: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna. Nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios» (Jn 6,60-69)


En este XXI domingo del Tiempo durante el Año, la primera lectura tomada del libro de Josué 24,1-18, nos retrotrae a un período particular de la historia de Israel. El pueblo, después del viaje en el desierto, llega al Jordán tan esperado, ingresa en la Tierra prometida y renueva en libertad, el compromiso de seguir al Señor.  Josué pregunta a todos, de modo directo: “Si no están dispuestos a servir al Señor, elijan hoy a quien quieren servir: si a los dioses a quienes sirvieron sus antepasados, o a los dioses de los amorreos.  Por mi parte, yo y mi familia serviremos al Señor”. Es un interrogante inquietante, pero que acompaña la vida de todos.  ¿Porqué Josué habla así? Para recordar que la fe debe renovarse constantemente: en la vida se presentan siempre situaciones nuevas, que requieren continuamente respuestas de fe.  Miremos la escena de Jesús en la cruz.  Junto a él hay dos hombres en una situación única: crucificados con Él.  ¿Cuál es la reacción de los dos? Uno se convierte y el otro blasfema.  La “cruz” fue la situación nueva que reveló lo que desde hacía tanto tiempo había en el corazón de los dos condenados.  Situaciones imprevistas se presentan siempre en la vida. Son citas con Dios y con la verdad. Josué con su célebre pregunta nos recuerda que Dios quiere la libertad y la respeta hasta el riesgo extremo: el descubrirnos como rebeldes y traidores.  El escritor italiano Giovanni Papini (1881-1956), inicialmente ateo, luego pasó a ser un fervoroso católico.  En la conclusión de su célebre “Vida de Jesús”, escribe: “Señor, todo el mal que los hombres podían hacerte, te lo han hecho.  Millones de Judas te han besado, después de haberte vendido. No sólo por treinta monedas y ni siquiera una sola vez”.  Es la verdad. Pero Dios, no obstante todo, permanece respetuoso de la libertad, porque sólo ésta da sentido y responsabilidad a la vida humana.  No lo había entendido Jean Paul Sartre, que pone en boca de un personaje de una de sus obras estas tremendas palabras dirigidas a Dios: “Tú no me deberías haber creado libre!”. Absurda queja, porque sólo la libertad hace responsable una vida. ¿Existe en nosotros esa conciencia? ¿Sentimos que a medida que pasa la vida, los años implican una responsabilidad única e irrepetible


Hoy quizá, el pecado más grave es el haber olvidado esta responsabilidad y haber hecho de la vida, una necia aventura.  No son pocos quienes han renegado a la grandeza y a la dignidad de la vida, no sabiendo qué hacer con la libertad. Las palabras de Josué nos recuerdan que el hombre tiene el poder de fabricar ídolos en contraposición con el verdadero Dios.  El profeta Isaías, en nombre de Dios, exclama: “Yo crié hijos y los hice crecer, pero ellos se rebelaron contra mí.  El buey conoce a su amo y el asno el pesebre de su dueño; pero Israel no conoce, mi pueblo no tiene entendimiento!” (Is 1,2-3). ¿Porqué este lamento? Responde el profeta: “Han abandonado al Señor, han despreciado al Santo de Israel, se han vuelto atrás” (Is 1,4).  Cuántos ídolos, falsos dioses e ilusiones de felicidad circulan en el mercado de la vida.


Jesús en el evangelio de hoy plantea a los discípulos una pregunta similar a la que  Josué dirige al pueblo.  Ante el anuncio del Maestro, es necesaria una respuesta.  La respuesta justa es la fe.  Por eso algunos se alejan, ya que dudan. Pero Jesús no endulza su mensaje ni baja su propuesta.  Les dice: “¿También ustedes quieren irse?” (Jn 6,67).  Jesús no sugiere respuestas, no imparte órdenes o lecciones, ni dece “debes hacer esto o aquello”, sino que lleva a mirarnos dentro, a buscar la verdad del corazón: “¿qué quieres verdaderamente hacer con tu libertad?”, “¿cuál es el deseo que te mueve para vivir la vida?”. Pedro se convierte en portavoz de todos los discípulos con una respuesta que debería ser la nuestra: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna” (Jn 6,68).