La falta de regularidad del río San Juan ni es algo nuevo y desconocido ni consecuencia del cambio climático. De esto último podría depender algo definitivo que, por ahora y dado el escaso tiempo considerado, nadie puede confirmar. Una prueba de ello es el diseño de los diques, algo programado hace casi un siglo atrás en una cadena desde El Tambolar hacia abajo y que aún no se termina de construir, faltando justamente el de más arriba. Otra consecuencia evidente ha sido la desaparición de un tipo de crimen, el del azadonazo en la compuerta de riego, que terminó una vez inaugurado el dique de Ullum. El robo de parte del turno de agua era tan común como la réplica violenta del campesino robado. De sufrir sequías prolongadas como la que cuentan de la década de los 60, hasta la abundancia de ciertas temporadas que dieron razón a la construcción de 260 km de drenes para evitar la inundación de zonas productivas y derivar el cauce hacia la corriente principal. Del intento de suplir el riego a manto por sistemas más eficientes como el goteo a visitar el descargador del dique para ver el espectáculo del chorro de agua que evita que el murallón rebalse. De observar la aparición de construcciones que el agua del embalse sepultó e islas que emergieron en la superficie como probablemente esté pasando ahora, a tener que levantar murallas de contención para que no se inunden las costas de la ribera. Así es el carácter de nuestro río, difícil de domar. La tremenda disminución de la superficie cultivada que ocurrió en los últimos años ha sido compensada por el crecimiento demográfico, menos hectáreas que regar pero más bocas que abastecer y más jardines que mantener. Como una novedad moderna está la generación de energía, que de ser una consecuencia de la regulación del flujo de agua ha cobrado mucha importancia, cada vez usamos más energía. Por otra parte, y para completar un panorama económico, la matriz de la provincia ha ido cambiando y ahora, en esta época y desde hace varias décadas, la agricultura ha dejado de ser factor decisivo, tanto que la superficie cultivada sigue disminuyendo año tras año y las fincas se venden para loteo y nuevos barrios aun en zonas de tierras muy ricas. Se sabe que bajo la superficie hay mucha más agua que por arriba, prácticamente flotamos sobre una gran laguna. Algunos estudios estiman que, si la reserva de los embalses Caracoles, Punta Negra y Ullum suman unos 1.500 hectómetros cúbicos, los bolsones subterráneos superarían 100 veces ese aforo. O sea que agua hay, lo que pasa es que habría que extraerla. Ahí aparece el problema. Para extraerla hace falta energía y esa energía tiene un costo. En la mayoría de los casos, dependiendo de los cultivos que se trate, ese costo de extracción de agua es superior al valor de venta del producto que se riega. Más concreto, no dan los números. Por esa razón se han levantado tantas hectáreas de uva de mesa y de olivos aun por quienes, siendo propietarios, tienen pozo y lo pueden usar. Les cuesta más la energía que el resultado de la cosecha, se va para atrás, se pierde plata. Es más rentable lotear para viviendas y dedicar el dinero a otra cosa. El remedio podría venir por la energía fotovoltaica o energía solar, para lo cual hace falta una gran inversión en paneles tanto fuera para colocar en cada unidad productiva o para desarrollar grandes instalaciones comunes. Con eso se lograría abaratar el costo de la energía a largo plazo pero, claro, está el tema de quién pone la plata para la inversión original, que no será poca. Si nos guiamos por la lógica de todo negocio, a la plata la debería poner el interesado y a riesgo propio. No sería justo hacerle pagar una inversión al contribuyente común cuando él no tendría participación alguna en una eventual ganancia. ¿Debería hacerlo el Estado? Podría ser, sobre todo otorgando créditos blandos y que el fondeo de esos créditos surgiera de alguna fuente genuina como las regalías mineras, no de la tesorería general. Ese capital original también debería garantizar un retorno y un plazo, como todo crédito. Se sabe que muchos productores están interesados en que se regule rápidamente el sistema por el cual se pueda vender desde cada propiedad con instalación fotovoltaica a las empresas distribuidoras la energía generada sobrante, tanto sea en temporada pero sobre todo fuera de temporada de riego. Esa sería una buena solución aunque está el problema de los impuestos. A ver, el afincado vende la energía al mercado mayorista, el mercado mayorista a la distribuidora y la distribuidora vende a su vez al generador pero con toda la carga impositiva del proceso. Alguien me contaba como ejemplo que a él le pagan 2,50 y le venden su propia energía a 7,80, un despropósito. No todo cultivo admitiría esa inversión pero el uso de agua subterránea de algunos, podría aumentar el caudal disponible para los cultivos menos favorecidos por los precios. Lo otro sería convencer a los productores a implantar especies diferentes a las actuales y más requeridas por los mercados. Ahí aparece el concepto de "agua virtual": un melón o una sandía son una forma de exportar agua, sabemos que el vino puede tener 14% de alcohol, lo demás es agua, igual la uva en fresco, los duraznos, las ciruelas, los damascos o en realidad cualquier fruta, agua con sabor y textura pero principalmente agua. Cuando esa fruta vendida vale menos que extraer el agua subterránea o menos que instalar un sistema de reservorio y bombeo para riego por goteo cuya instalación demanda unos 3 mil dólares por hectárea, el producto pasa a ser inviable económicamente ponga quien pusiere la plata. Además, ahora ha aparecido otro problema serio: no hay quién perfore los metros que faltan para los pozos que han quedado "colgados", que no llegan hasta el agua. Aun teniendo la plata, están dando turnos para marzo-abril del año que viene. Sea cual fuere la solución que se encuentre, debe ser pensada en lo que sería un mediano plazo histórico pero larguísimo para nuestras vidas. 10 años con extrema escasez es algo trágico. Por ahora no nos deberán extrañar cortes domiciliarios, en los diques se ve agua pero ya están en el límite mínimo de funcionamiento, la cota está a punto de quedar por debajo del descargados de fondo, los pronósticos para la temporada fueron muy optimistas y el río está escurriendo mucho menos de lo previsto. Se sucederán quejas de todo tipo, volverán las viejas peleas entre sectores, pero la realidad es que no hay agua.