Es tiempo de hacer análisis y de abordar, con otros principios más del espíritu y de la vida, esas pequeñas cosas que nos hacen grandes, pues lo substancial es enmendar tiempos perdidos, no perder segundos en luchas innecesarias, activando compartimientos más pacientes, mansos y humildes.

Me niego a tener que acostumbrarme al aire de los conflictos, cuando en realidad estamos llamados a construir la gran familia humana, a encontrar los acuerdos de paz necesarios y a reinventar mejores atmósferas de convivencia. No pongamos distancias entre nosotros, tampoco levantemos muros que nos separen, seamos capaces de tender la mano, de practicar la concordia a pesar de la diversidad de ideas. Necesitamos que lo armónico forme parte de nuestro diario existencial; y, así, poder consolidar la unidad entre todos los moradores. Sin duda, hemos de trabajar para lograr consensos y conquistar ilusiones, en esta década de reacciones y acciones encaminadas a un lozano renacer de la especie, con erradicación de la pobreza y el hambre, garantizando un buen vivir para todos, a través del fomento de sociedades libres de miedo y violencia, protegiéndonos además contra la degradación, mediante la urgente acción sobre el cambio climático. 

Es importante el aliento solidario, cooperante siempre, en la búsqueda continua de nuevas formas de bienestar, guiadas por una conciencia que dignifique la vida…

Hay que prevenir el viento de las maldades, jamás estimulará a nadie al bien. Nuestro linaje no puede proseguir deshumanizándose, requiere de otros planes más fraternizados y universales, que fomenten ese soplo global de esperanza, asegurando en todo momento el flujo de ayuda humanitaria a quienes la necesitan. Pongámonos en faena, nuestra mirada tiene que ser integral, compasiva y dispuesta a servir. Activemos gobernanzas democráticas, movilicemos corazones, impulsemos el cumplimiento de los derechos humanos por todo el planeta, agilicemos las misiones conciliadoras, propiciando la cultura del abrazo, asegurando la cercanía entre culturas, elevando a la realidad ese compromiso reconciliador entre naciones. Un buen plan, efectivamente, es volver amigos a los enemigos. 

La sociedad tampoco se puede rendir a ser más justa y humana, es algo inherente a nuestra concepción pensante; y, como tal, nos merecemos otra atmósfera menos inmoral y más ética consigo mismo y con los demás.

Desde luego, un objetivo principal ha de ser garantizar mejores perspectivas económicas para todos, promoviendo el trabajo decente e impulsando la justicia social. A propósito, el comunicado conjunto, firmado por el Ministro de Trabajo francés y los jefes de la OIT, el Fondo Monetario Internacional y la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos, establece algo que conviene recordar, sobre todo a raíz del aumento de las desigualdades dentro de los países, pues plantea riesgos para el crecimiento inclusivo, la estabilidad económica y la cohesión social, tanto en las economías avanzadas como en los países en desarrollo. Son, justamente, estos desajustes la cepa de muchos males sociales, que han de interpelarnos sin cesar y que deben ser objeto por parte de todos de una atención particular. De ahí, lo importante que es el aliento solidario, cooperante siempre, en la búsqueda continua de nuevas formas de bienestar, cuando menos guiados por una conciencia que dignifique a toda vida, que es lo verdaderamente significativo, no el ídolo del dinero, que todo lo corrompe y desvirtúa.

 

Por Víctor Corcoba Herrero
Escritor