El hombre desde el más profundo de los silencios, no desde el silencio banal debe aprender a escuchar la vida. Ese será el primer intento por encontrarse a sí mismo y a la vez mirarse en el espejo de otros en ese doble juego de paradigmas complejos que es en fin la existencia. Aprender a oír nuestro silencio no es tarea fácil entre tantos estímulos y ruido comunicacional que existe en cada uno de nosotros y en los demás; donde la interacción humana es difícil y a veces imposible.

Para lograr el verdadero silencio del que surgen las más magníficas ideas son necesarias tres cosas: el silencio de la memoria, el silencio de la fantasía, el silencio del deseo. Quizás haya otros silencios que no aprendamos a dominar pero con el tiempo es fundamental cultivarlos para hacer de la observación una estrategia vivencial.

La civilización oriental ha aprendido la cultura del silencio y esto no implica una dictadura de las palabras, sino la búsqueda de las esencias en la hondura del alma y en el hallazgo de los espíritus afines para entender la vida como una vertiente de luz alegre y posible.

En el silencio de la memoria el hombre vive su presente, piensa prospectivamente en un futuro mejor y aprende a callar del pasado lo doloroso porque no todo puede guardarse en la memoria ya que ésta no le permite avanzar. Ello es situarse en una realidad con todas sus dificultades y apremios pero con el ímpetu propio de quienes deben avanzar para progresar.

Quien conoce sus verdaderas potencialidades debe dejarlas aflorar y abandonar en el silencio los miedos para lograr la vendimia del hombre nuevo. Se trata de una memoria en acción con una concepción vital para extraer de aquello que pasó lo mejor y no repetir errores. En el silencio de la fantasía aprenderá a volar sobre sus ilusiones con los límites que lo material pone a la excesiva creatividad.

No es la sociedad que amordaza a sus artistas es el silencio de los sueños para luego concretarlos sin producimos daño alguno. Esto constituye otra táctica para saber vivir.

Finalmente, habrá un silencio para el deseo porque eso nos hace seguros y solventes de nuestras propias fuerzas y no desquiciados en un mar de deudas y desorden. La disciplina interior, la organización mental, el verdadero aprendizaje de lo prioritario, lo necesario y lo urgente, nos da tres cosas que no debemos olvidar nunca: valor, sabiduría y fortaleza; tres palabras que en su real contenido abarcan todos los silencios.

El verdadero sabio sabrá en fin qué callará, qué hablará y que impulsará desde su interior para aprender a escuchar la vida.