En los íntegros anales del humano existir -y creemos decirlo con fundamento- no existe noticia de un hecho similar al ocurrido en Chile: Algo singularísimo en su especie y naturaleza, por su absoluto abarcamiento conceptual -a la vez que concreto- de todas las cualidades, condiciones, capacidades y alcances mostrativos de las potencias a las que puede llegar el Hombre.

Se está hablando y escribiendo tanto sobre ello, que parecieran terminadas las palabras apreciativas para discernir sobre algo tan abismal como para unir el sentir universal, en un asombro de gentes sorprendidas ante el colosal triunfo sobre la adversidad que protagonizaron sus semejantes chilenos.

El contexto intelecto-moral y tecnológico del hecho, presenta, con meridiana visión, el trazado firme y profundo de la idiosincrasia de un pueblo aguerrido por orígenes, fuertemente unido en solidaridad de hermanos en la suya Patria, y compelente en un prurito airoso de preeminencia y bravura viviente en cada chileno, por el decante generacional que les viene de su ancestral origen araucano.

Esa demostración de enraizamiento del pueblo chileno en lo telúrico y en lo atávico, proviene azarosamente del mestizaje entre españoles y araucanos, raza viril, ésta y casi indomeñable ante la conquista que brutalmente los sometió. Los chilenos honran con permanencia la memoria de los caciques Lautaro y Caupolicán (sin olvidar a Colocolc) -asesinados con ensañamiento por los "godos” peninsulares-, y guardan para ellos ostentoso reconocimiento y orgullo al sentirse heredados de su sangre y espíritu.

En la lucha del rescate nada se tomó como prescindible: ¡Todo fue imprescindible! al decir así, abarcamos los sucesos materiales y, por sobre todo, la inmaterialidad espiritual instante que reinó, tangencial a cada uno de los que, haciendo o estimulando, vivieron la odisea. Hubo vínculo engarzante de voluntades desde el mismísimo presidente de la república chilena, hasta el ignoto minero que oprimió el pulsador que dejó en tinieblas, para siempre, al patético escenario de una supervivencia "sobrenatural”: Treinta y tres hombres, treinta y tres mineros, treinta y tres vidas, treinta y tres angustias, treinta y tres inconmovibles ánimos, que sobrevivieron en treinta y tres revivientes que se hicieron dueños de la gloria.

Los momentos posteriores, los que hoy se viven, son momentos de los que debe desprenderse una eticidad selectiva: La admirable fuerza creadora en la razón que demostró el pueblo chileno entre sí, y ante el mundo entero.

Ahora, cuando todo comienza a entrar lentamente en la Historia de la Humanidad, nos damos cuenta -asentado el sentido y promovida la causa- que no nos equivocamos cuando durante el drama, del que fuimos partícipes virtuales, sacamos conclusión de que esos precisos momentos estaban ubicando a Chile en una cúspide universal como nación potente en sus bases y haceres, digna de ser tomada a modo de pauta modelar.

Mientras tanto, brillan con alteza en el cielo de Chile las palabras que el poeta romano Publio Ovidio hace provenir de Dios… "Os homini sublime dedit”: A los hombres les he dedicado lo sublime.