Si me lo permiten, hoy quisiera referirme a dos orquestas que para mi gusto personal son las que "suenan” mejor en el amplio panorama musical de mis recuerdos: Osvaldo Fresedo y Carlos Di Sarli, quienes hicieron de los arreglos orquestales de nuestra música ciudadana un arte que nada tiene que envidiar a los mejores ejemplos musicales de cualquier lugar del mundo.

Osvaldo Fresedo, conocido también como el "Pibe de la Paternal”, nació en ese barrio de la Capital Federal en 1897, para dejar este mundo en 1984. Comenzó desde muy jovencito su carrera musical por ser hijo de una profesora de piano, gracias a lo cual pudo muy pronto cursar en conservatorios y así iniciar su carrera pública integrando un trío con su bandoneón a los 14 años. Con esta precocidad, a los 19 años se presentó en un cabaret junto a Francisco Canaro y en 1918 formó su propio conjunto, acompañado esta vez por otro grande, Julio de Caro.

Su éxito fue tal que al poco tiempo se decidió a probar fortuna nada menos que en Nueva York, hacia donde viajó en 1919 llegando a grabar varios discos en un trío con Enrique Delfino y "Tito” Roccatagliata. Posteriormente realizó varios viajes a París para actuar en lugares de gran moda como el "Lido” y "Les Ambassadeurs”, para luego repetir nuevamente sus presentaciones en los Estados Unidos. Su estilo musical, de gran "clase”, hizo que fuera habitual escucharlo en los altos círculos sociales tanto de nuestro país como de todos aquellos lugares donde gustaban del tango. Como autor comenzó a distinguirse con "El espiante”, cuando tenía apenas 17 años, para continuar con "El once” en conmemoración de una fiesta particular y culminar con piezas de una calidad casi podríamos decir "señorial”, como "Vida mía” (grabada incluso por Tito Schipa), "Pampero”, "Sollozos” y "De academia”.

Osvaldo Fresedo fue un intérprete de avanzada para el tango, con efectos musicales que hasta ese momento nadie se animaba a ejecutar. La intervención de cada instrumento adquirió mayor colorido, conservando siempre un ajuste casi perfecto y de un llamativo buen gusto. Son varios los historiadores del tango que consideran al estilo musical de Fresedo como "aristocrático”, con un grupo de vocalistas de voz agradable que realmente "acompañaban” a la orquesta, como Roberto Ray, Oscar Serpa y Héctor Pacheco. Cuando el presidente Alvear recibió las visitas de los príncipes herederos de Italia y de Inglaterra, la orquesta elegida para amenizar los agasajos protocolares fue la de Fresedo. Además, fue de los primeros en aceptar las innovaciones de Piazzola, en momentos que el ambiente tradicional del tango se resistía a asimilar el estilo de vanguardia que éste venía imponiendo.

La otra orquesta que merece mis preferencias ha sido la de Garlos (Cayetano) Di Sarli, el "señor del tango”, nacido en Bahía Blanca en enero de 1903 para fallecer tempranamente en Buenos Aires en 1960. Se inició musicalmente en el Conservatorio Williams de su ciudad natal, para debutar como solista en Santa Rosa de La Pampa y luego llegar a la capital porteña en 1923, en momentos en que el tango ya era dueño y señor del ambiente musical ciudadano. Casi en seguida se incorporó a la orquesta de Osvaldo Fresedo y en 1928 se decidió a formar su propio conjunto con el cual continuó sin interrupciones hasta 1939 conservando, desde luego, cierta parte del estilo "fresediano” que jerarquizaba a nuestro tango.

Fue justamente en ese año cuando logró hacer notar su presencia en el ambiente musical porteño, incorporando como cantor a un jovencito de 16 años que ya prometía mucho: el "Gorrión” Roberto Rufino. En esos momentos hacía furor el ritmo "nervioso” de Juan D’Arienzo y eran pocas las orquestas que se animaban a mantener un estilo propio, no obstante lo cual Di Sarli supo ubicarse en un plano intermedio entre Fresedo y D’Arienzo, al mismo tiempo que incorporaba otro cantor de excelente timbre y clara dicción, el sanjuanino Alberto Podestá (Alejandro Alé). También como autor se distinguió Di Sarli, con tangos que llegaron a ser muy populares como "Milonguero viejo” y "Bahía Blanca”.

Tengo siempre presentes como versiones excepcionales, por la calidad con que fueron interpretados los tangos "Verdemar” y "Mañana zarpa un barco” con la voz de Roberto Rufino, junto a "Nido gaucho” y "La Capilla blanca” cantados por Alberto Podestá. Creo sin ninguna duda que representan el máximo nivel de buen gusto musical en el tango, con un excelente equilibrio entre la "clase” de Fresedo y el compás directamente popular de D’Arienzo.