"...El guardapolvo almidonado no sólo se agrietaba y perdía brillos y rezongos; el tiempo lo limaba, le agrietaba la frente altiva...".


Se considera que el guardapolvo es un instrumento para evitar las diferencias sociales que la vestimenta puede mostrar en los chicos. No lo sé ciertamente, aunque no creo que esas diferencias puedan ser motivo de desigualdad humana y si, más bien, una muestra frontal del lugar y la dignidad que nos toca en la vida. 


Cuando esa mañana mi madre lo puso en mis manos de niño, no comprendí nada: Aquel atuendo esplendorosamente blanco lucía como tieso, tenso, tan nervioso como mi primer día de clase en el primero grado de la escuela de mi barrio. El ruido que hizo al colocármelo, aún lo escucho, especie de quiebre de madreselvas secas, áspera carraspera de algún invierno perdido entre las ramas de las acacias, pájaro de luces y trinos, sonoro anuncio de mi nuevo mundo. 


Transcurrían los días y el esplendor del habitáculo inmaculado se marchitaba. La inicial ilusión de realce comenzaba su declive, como hoja desplomada, como la llamita del primer amor, como la vida misma en las manos de mi madre, cada vez más indefensas. Todo tiene su cúspide y su derrame; pero vivir es ver en cada día una cumbre, quizá tan sólo por el maravilloso pretexto de haber amanecido con el pulso en vilo y los ojos expectantes a la ilusión del nuevo día.


El guardapolvo almidonado no sólo se agrietaba y perdía brillos y rezongos; el tiempo lo limaba, le agrietaba la frente altiva, los años le quitaban horizontes. Desde nuestra humildad familiar, he vestido con orgullo un guardapolvo remendado, herido pero gallardo, donde el rigor del día tan fácilmente se le pegaba a la "piel de ojeras'', como pinta un tango; no aguantaba el más leve empuje de la vida, el rigor de las travesuras del secundario. Era lo que había y yo lo amaba como se ama un juguete barato, como se adora un hijo enfermo, como se idolatra alguna pasión. A la vuelta del colegio, caía de mi adolescencia como animal cansado y se dormía veinticuatro horas a soñar la fiebre de esa juventud primera desbordada en cada mirada, infinita de cada sueño. 


Guardapolvo de luces y gritos: El reciclaje de las quimeras seguramente te ha puesto en guardia del dolor de los olvidos. ¿Por qué no imaginar que una de esas mañanas melancólicas con las que nos puede asaltar por ahí la vida, te recupero del cofre de mi pasado, de mi niñez alada, de los ojos cada vez más decidores de mi madre, y te coloco silenciosamente en el alma para poder seguir con las ilusiones intactas?

Por el Dr. Raúl de la Torre
Abogado, escritor, compositor, intérprete.