Lucho fue panadero desde siempre, gran futbolista por pasión y abogado de grande. Pero, por encima de esos roles que honró, fue un gran tipo.


Año 1957. San Juan jugaba contra Mendoza en la cancha de Vélez Sarsfield, la final de la copa "Becar Varela" (torneo mayor de selecciones de provincia). En nuestros vecinos, todos sus jugadores participaban del fútbol profesional. En nuestra selección, sólo Antuña era jugador de San Lorenzo. San Juan ganó el campeonato, triunfando 3 a 0 en actuación formidable. Lucho Vargas integraba ese combinado, hombre del glorioso Peñarol de la calle Chile, del Bar Velásquez, de la Feria, de parte de aquella Concepción que lucía orgullosa en su plaza departamental dos hermosos cines cerrados.

Un jugador morrudito, de andar casi cansino pero seguro, un estratega de juego limpio, transitaba el costado derecho de la cancha. Era el mismo hombre noble y educado que debía trabajar en su panadería hasta altas horas de la madrugada, para que el pan bajara sus dignidades por los barrios pegados al norte de nuestra Capital; para que la gente lo bendijera todos los días cuando desde su chata les entregaba ese genuino fruto de Dios, para que el hambre fuera arrinconado por la respetabilidad de sus manos.


Creo que ya pasados los sesenta, Lucho se decidió a abordar una de sus asignaturas pendientes, un secreto designio que le golpeteaba el pecho: ser abogado. Lo logró y ejerció esta profesión. Nuestros Tribunales vieron su figura cordial transitar sus pasillos atestados de problemas y esperanzas. Encontrarse con él en cualquier sitio era como tutear la templanza, la bondad genuina, la hombría de bien.


Acaba de irse, hace poco, de este mundo, pero por un ratito. Su sombra señera y amable -esta vez desde la eternidad- está buscando el sendero de vuelta para entreverarse una vez más entre nosotros, que necesitamos de esta gente para confirmar la esperanza; y desde acá seguirá siendo ejemplo y continuará construyendo recuerdos encantadores; seguirá enhebrando por potreros de luminiscencia la número cinco de cuero y tientos; tendrá el privilegio de ser paradigma de muchas cosas. La buena gente es así sólo porque es ése su único modo de ser feliz.


Ahora habrá un lugar en la tierra de Sarmiento, cuadras más hacia el Norte de su Carrascal fecundo, allí donde aún resuenan los pasos fundadores de Juan Jufré, donde no se resigna a morir el sueño de taberna del Bar Velásquez, donde por las noches salen de lo que otrora fueron dos cines, los tiroteos de Gary Cooper, la belleza de Liz Taylor y la épica de Kirk Douglas a enfrentar a pura melancolía un progreso que no logra superar un pasado que, en mucho, fue bellísimo, y en algunas cosas un espejo en el cual podemos seguir mirando para construir el presente.