El presidente Barack Obama lanzó un visceral llamado a no dejar pasar la ocasión y buscar realmente la paz, al inaugurar la ronda de negociaciones directas que, por primera vez en 20 meses, mantuvieron israelíes y palestinos en Washington. El encuentro se realizó en un contexto de violencia en las regiones de las cuales proceden, el presidente palestino Abu Mazen y el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu.

Si Israel accede a intercambiar tierras con los palestinos y consigue que el 80% de los colonos judíos de Cisjordania se queden allí, eso implicará el retiro de 60.000 colonos. Israel tuvo que emplear 55.000 soldados para sacar a 8100 colonos de Gaza, que nunca fue parte de Israel. Resulta difícil imaginar el momento en que el ejército de hoy, cuyo cuerpo de oficiales está cada vez más integrado por sionistas religiosos que apoyan a los colonos, reciba la orden de retirarlos de Cisjordania. Nada de todo esto es un motivo válido para no seguir adelante. Pero precisamente porque son bien conocidos los resultados de otros intentos precedentes de buscar una solución pacífica al conflicto, se comprende la sensación de desconfianza y escepticismo que prevalece en todo la región.

Es de esperar que las fuerzas de la moderación estén a la altura de los desafíos. Lo más razonable es seguir alentando al primer ministro israelí y al presidente de la Autoridad Nacional palestina a que mantengan esa predisposición al diálogo, que es algo ya de por sí mejor que las habituales relaciones tormentosas, y que ambos traten al menos de neutralizar a las fuerzas que prefieren la continuidad del conflicto. No hay ninguna garantía de que el proceso vaya a funcionar, pero esto es preferible a cualquier otra alternativa conocida.