Que esta pandemia lo trastoca todo, no hay duda. Pero lo que me temo es que, aprovechando la desesperación del pueblo, atónito frente al peligro de lo desconocido, vuelvan a robustecerse viejas ideas, que íbamos dejando atrás. La necesidad que tenemos de asistencia, por todo lo que vamos a perder o hemos perdido ya, quiere ser usufructuada por los devotos del partido único y de los dioses mesiánicos. Que todo lo que pueden y ante los cuales, en nuestro beneficio, debemos resignar nuestras libertades. Cosa que en rigor estamos haciendo ahora, pues quedarse en cuarentena, dejar de circular libremente, de trabajar, de vernos con nuestros seres queridos, con los amigos, no es otra cosa que restringir gran parte de aquellas. Pero claro, lo estamos haciendo no por sumisión a un poder establecido, sino por una cuestión de supervivencia.
"Se están desempolvando teorías como que el Estado debe tener el monopolio… de todas las actividades que hacen a la vida de un ser humano en cuanto ser social.”
Es decir, trocamos seguridad por libertad, pero sin que esto haya significado perder la autonomía de la voluntad, que es una condición inseparable del ser humano. Escribo esto porque se están desempolvando teorías como que el Estado debe tener el monopolio de la economía, de la salud, de la educación, de las comunicaciones, de la fuerza, en fin, de todas las actividades que hacen a la vida de un ser humano en cuanto ser social. Por supuesto que no se discuten, que la salud, la educación, la seguridad, y la justicia, son deberes irrenunciables del Estado. Pero la actividad privada juega un rol fundamental, y nadie puede negar es la palanca principal que mueve el producto bruto de un país. ¿O quién si no, banca con el pago de sus impuestos el presupuesto nacional? Pero ahora este punto, más indiscutido aún después de la caída de las ideas totalitarias que invadieron el mundo luego de la 1ra Guerra Mundial, está siendo cuestionado. Algunas de las frases que hemos escuchado por estos días, incitan a prolongar en el tiempo, es decir más allá de la pandemia, ciertas políticas, impuestas por la urgencia de un hecho inesperado y catastrófico, y que han suspendido derechos constitucionales, como el de circular libremente. No caben dudas que la temporalidad de estos decretos extraordinarios, debe estar reducida a la duración de la crisis. La concentración de los medios de producción en manos del Estado, las economías planificadas, la sumisión del individuo a las políticas paternalistas de quien ejerce el poder, son ideas perimidas y que ya no están vigentes en el mundo, salvo en los regímenes totalitarios o dictatoriales, como el de China, Corea del Norte, Venezuela o Cuba. El miedo es un factor que paraliza y torna en incierto el presente de las personas. Entonces la asistencia estatal viene bien para sortear un problema, pero superado éste habrá de entenderse que cada cual, debe volver a sus tareas y a ocupar el rol que le compete. Si me quiebro una pierna, me aguanto el yeso. Pero cuando suelda el hueso, fuera el yeso y las muletas, y que la pierna camine libremente. Parecería mentira y hasta anacrónico, que haya que volver a explicar la necesaria vigencia de las libertades individuales, de la propiedad privada, del mérito individual como incentivo de superación, etc. El hombre no debe estar al servicio del Estado. Es al revés. Esto no significa dejar de reconocer, la eficacia con que el Gobierno nacional está administrando la pandemia. Sólo caben elogios, sobre todo para el Presidente, más aún luego de los titubeos iniciales del ministro de salud, y para nuestro gobernador. El Presidente con mano firme, con razonabilidad y una gran dosis de sentido común, esta al timón del país. Como el capitán del barco en medio de una tormenta. Pero cuando ésta pase, deberá volver cada uno a sus puestos, con las atribuciones, derechos y obligaciones, que garantiza la Constitución Nacional, y con la lección aprendida sobre las desnudeces que ha revelado esta crisis. Nos merecemos una república, en todo el sentido de la palabra.
Por Orlando Navarro
Periodista
