Callados testigos de una posible arqueología de la industria local, las viejas piedras de la molinería aún permanecen allí donde las dejaron alguna vez, muchas veces utilizadas como objetos de decoración o de una evocación nostálgica, pone una nota exótica en el lugar donde las encontramos. Pero también debemos reflexionar sobre el espesor cultural de estos objetos, que contienen "per se” rasgos físicos e intangibles factibles de ser interrogados a través de la investigación.
El relato de una piedra recientemente hallada en Olta (La Rioja) por el señor Benito Allemany Escrivá, nos revela la capacidad comunicativa de estas piedras, pues en ella quien la talla escribe de manera muy prolija con martillo y pica "Me labró Jaime Roguer el 2 de julio de 1805”. Se sabe que en la época colonial existieron tres molinos harinero en Olta. La piedra labrada por Roguer ahora en la Plaza de ese pueblo es prueba de ello.
En nuestra provincia, su presencia en puertas de museos, patios de molinos, siempre nos puede revelar algo ¿Quién sino Don Chicho Sardiña era capaz de relatarnos las características de aquella piedra de origen francés que aún permanece en el patio del molino Santa Teresa? cuya originalidad residía en que cuando se la raspaba con otra piedra, emitía un acre olor a pólvora. Esta era una de las piedras que fueron usadas en el molino antes que cambiara su sistema de molienda al de rodillos metálicos en la década de los años cincuenta.
Existen piedras, como aquella que aún hoy se puede ver partida en el patio del molino de Reyes (1845), que cargan relatos muy emotivos, como aquel que dice que la piedra se partió hace muchos años por que se la hizo trabajar en Semana Santa. Según nos cuenta su propietaria Doña María Espinosa de Reyes.
Actualmente se pueden apreciar en el patio de la Bodega Langlois (Pocito) otro par de piedras, las cuales aún fuera de contexto, testimonian un pasado molinero importante, estas piedras posiblemente pertenecientes a una almazara (molino de olivos) necesitarán tal vez una señalización que relate algunos aspectos de su historia. Son varios los casos en los cuales se ven utilizadas como elementos de decoración envueltas en el mayor de los anonimatos, ejemplo de esto son las piedras en el acceso al museo Prieto en Jáchal, otras que se conservan en la vereda del antiguo molino de la Calle Alem en Trinidad.
Afortunadamente por su tamaño y su peso han podido permanecer allí donde quedaron. Y donde deberían quedar para siempre, por su carácter de testigos mudos en la relación entre el hombre y la piedra. Como herramienta de trabajo, como fueron aquellos primitivos morteros y conanas, desparramados en campos de la Cordillera señalando la existencia de pasados asentamientos humanos como me los mostrara alguna vez Ramón Ossa camino a Los Morrillos.
Como los molinos de Jáchal e Iglesia con sus piedras aún activas, y como los restos que desperdigados aún tienen la virtud de poder testimoniar una tradición cuyana pocas veces reconocida como es la tradición molinera.
La presencia de esta piedras en el paisaje rural o urbano siempre nos dice algo, pero nos dice más cosas cuando está en su contexto original, allí donde el molinero la dejó luego de haberle brindado su generoso servicio. Allí en su lugar original es donde el investigador con métodos de análisis arqueológico podrá profundizaren el relato histórico y que nos permitirá tal vez aportar conocimientos necesarios para la construcción de una historia económica de la región. Historia de un pasado de sacrificio y pionerísmo cuyos protagonistas modelaron en gran medida el paisaje cultural cuyano.