Hace pocos días, hurgando en redes sociales, choqué con un video que recordaba el día en el que las mujeres empezaban a votar en San Juan, histórico momento que cumplirá otro año en semanas más. Mientras veía el trabajo de una colega sanjuanina sobre ese aniversario, muy bueno por cierto, se cruzaban en mi teléfono las noticias sobre el femicidio de Úrsula Bahillo, la joven de 18 años que había denunciado a su expareja una veintena de veces antes de morir por las 20 puñaladas que le asestó ese femicida. Esa espontánea mixtura noticiosa, curiosa e impactante por cierto aunque típica de estos tiempos, resuena en mi cabeza como un botón de muestra de lo que en verdad somos: un conjunto de personas que suele perder lo bueno y que malgasta oportunidades. Naturalizamos lo malo que nos va pasando. Las mujeres lograron el derecho a votar, pero la sociedad (hombres y mujeres) desperdició rápidamente aquélla victoria: 93 años después, se registra un femicidio por día en la Argentina. ¿De qué nos sirvió que las mujeres empezaran a votar si las estamos matando a diario? En Argentina no pasan más de 24 horas y fallece al menos una mujer a manos de un ex, de un padre, de un hermano, de un ladrón o un vecino. 


Da exactamente lo mismo el parentesco o relación del responsable. Siempre son hombres. Y esas cifras cada vez son peores, no disminuyen, a pesar de que supuestamente hemos evolucionado. La pregunta es, ¿en qué hemos desperdiciado el tiempo para que casi cien años después de que las mujeres lograran el derecho de elegir a sus representantes, ese género tenga que seguir luchando por su vida? Creo que la respuesta a esa pregunta está en los hombres, quienes vemos a la opresión de las mujeres como un problema ajeno, a pesar de que todos tenemos madre y la mayoría hermanas, esposas o hijas. No somos empáticos con las mujeres. ‘¿Qué habrán hecho los compañeros de picadito -de fútbol- o de juntadas, con Matías Ezequiel Martínez, el femicida de Úrsula?‘ se preguntó el genial Lalo Mir en un video que recorrió las redes. Nada, seguramente, nada. Y estoy casi seguro que el tipo contó en alguna reunión lo que hacía, pero otra vez no pasó nada y la bestia pudo hacer lo que anunció que iba a hacer: matar a la mujer que lo obsesionaba. Una locura. Eso que pasó es un tremendo síntoma de los tiempos que vivimos, aunque también creo que hay buenos ejemplos respecto de la lucha por la igualdad. En ese lugar anoto el trabajo de Adriana García Nieto, presidenta de la Corte de Justicia hasta el fin de semana que viene. La abogada no defraudó al conducir el Poder Judicial, quizás la pata más machista de las tres que tiene el Estado. La mujer está dejando la vara alta en materia de paridad de género, entre otras cosas. Ojalá que Daniel Olivares Yapur, el próximo en ocupar ese lugar, pueda al menos continuar con ese legado. Aunque, sinceramente lo dudo. No por sus conocimientos, pero sí por su género.

El caso de Úrsula es catastrófico porque deja en relieve lo maligno del sistema. Somos tan hipócritas que vivimos pidiendo que las víctimas de violencia denuncien a sus golpeadores, que vayan a las comisarías, que no se queden calladas. Úrsula, según su madre, había intentado denunciar a su asesino Matías Ezequiel Martínez unos días antes de su muerte, pero en la comisaría le habían dicho que no recibían esas denuncias los fines de semana. Quizás es cierto, o no. Pero todos sabemos que es posible. Y que sea posible es la verdadera tragedia que debería ponernos en alerta. Naturalizamos todo, nos arrinconamos en countrys en lugar de encerrar delincuentes, justificamos a policías violentos porque ganan poco, descargamos la educación de nuestros hijos en docentes sin vocación y quejosos; y así con muchos otros valores fundamentales, básicos, primarios.
Encima, a diferencia de otros muchos casos, la víctima no se quedó callada, ella denunció su sufrimiento a otros policías, a su familia, y hasta a otra víctima de los golpes del mismo femicida. Es más, se lo había dicho a todo el mundo en un posteo de redes: ‘Si no vuelvo, rompan todo‘, escribió alguno de esos días en los que predijo su propia muerte. No lo supuso, sabía que iba a pasar. Ese estado anterior de la víctima es quizás lo peor, lo que más duele, lo más elocuente de este sistema donde tendemos a hacer comunes y hasta propias las injusticias con pasmosa facilidad. Les pedimos que denuncien, pero cuando lo hacen las cuestionamos y dudamos de lo que dicen. Increíble.
Hace poco tiempo el periodista Marcelo Longobardi entrevistó a la famosa escritora Isabel Allende, quien habló durante varios minutos sobre lo conseguido por las mujeres en materia de igualdad de derechos. Ella misma, como todo mundo sabe, es una tremenda luchadora contra el patriarcado, como definen algunos al injusto predominio del varón en una sociedad. En un tramo de la muy buena entrevista, el periodista le pregunta, y trato de citar textual: ‘El movimiento feminista; del que vos sos una protagonista mundial y casi yo diría excluyente, con una tarea monumental a través de tu fundación, tus obras, tus dichos, y conferencias, -considera que- los hombres no somos todos iguales. Y yo me imagino que muchos hombres como yo, no tenemos ninguna vinculación con esta problemática que vos con certeza describrís; por lo tanto la pregunta sería: ¿las mujeres no están englobando a todos los hombres en algo que mucho no tenemos nada que ver?‘. Y la escritora responde: ‘Yo no estoy hablando de los hombres en particular, estoy hablando del sistema, del patriarcado y eso no lo puedes negar. Ahora, los hombres como tú, como mi hijo, como los hombres que me han acompañado en la vida, o fueron criados por feministas, o tienen una conciencia y una inteligencia superior. Se sobreponen a esto, son nuestros aliados. Este objetivo final de reemplazar el patriarcado por un sistema que les dé la gerencia del mundo a hombres y a mujeres por igual en número y en poder, en donde los balones femeninos y masculinos tengan el mismo peso. Eso lo vamos a conseguir con los hombres, porque el patriarcado no le conviene a nadie, si lo piensas bien. Le conviene a muy poquitos. Entonces, los hombres son nuestros aliados. Sobre todo los jóvenes, que han sido criados por mujeres feministas, o por lo menos con conciencia de género. Esos están salvados. Los viejos, hay que esperar que se mueran‘. La frase final, a no confundir, fue una broma, un chiste de la escritora que fue celebrado por el periodista también. La respuesta de la autora de La casa de los espíritus, es evidentemente la llave a todo: mujeres y hombre tienen que luchar en conjunto, no hay más soluciones. Las mujeres lo están haciendo, pero ¿los hombres?
Volviendo al pequeño terruño, la gestión de Adriana García fue exitosa porque no se embarró en las diferencias entre los hombres de la Corte, por ejemplo. La mujer supo conducir los egos de grandes peso pesado con años en la política y entre abogados. Quizás al final se notaron un poco las diferencias entre Eduardo Quattropani y Guillermo de Sanctis, pero ponerse a pensar en dominar esos mundos, es conducirse sin ayuda al fracaso mismo. Quizás el error estuvo en que la vida los crió en el mismo momento, nada más. Insisto: veremos si la calidad e inteligencia de Olivares Yapur son superiores a su pobre condición de hombre, como para estar a la altura de las circunstancias.