Desde que en 1968 entró en vigencia el Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares (TNP), firmado por 190 países, no se ha logrado, en la medida de lo esperado, una auténtica política de desarme. Las grandes potencias lo único que han hecho es eliminar el viejo armamento que disponían en grandes cantidades y actualizaron el más moderno, con igual capacidad destructiva.
Para mayo próximo, está programada en Nueva York una nueva Conferencia de Revisión del TNP, para insistir con el objetivo propuesto y se evaluará la actual situación de cada uno de los Estados nuclearmente armados. Está establecido que cada 5 años el acuerdo podrá ser revisado, para optimizar su alcance y el cumplimiento de las normas. Según el Instituto Internacional de Estocolmo de Estudios para la Paz, actualmente existen alrededor de 16.000 armas nucleares (otros consideran un poco más) en mano de las principales potencias, que podrían devastar a gran parte del planeta.
En la última revisión de 2010, se puso de manifiesto el malestar contra Estados Unidos y Rusia, por el incumplimiento de sus compromisos para iniciar la destrucción y eliminación de sus armas nucleares. También se observó que países como Francia, el Reino Unido y China, nunca entraron en conversaciones al respecto.
Es que pese a que son casi dos centenares los países que han suscripto el Tratado, sólo a cinco se les permite la posesión de armas nucleares. Se trata de EEUU, Rusia, Reino Unido, Francia y China por haber sido los únicos en concretar ensayos con esas armas antes de 1967. Otros países tenedores de armas nucleares, pero que no forman parte del tratado, son India, Pakistán e Israel, que también deberán ser tenidos en cuenta.
El riesgo de la utilización de la fuerza nuclear por parte de las naciones que disponen de la tecnología queda resumido en un estudio de la organización "Físicos Internacionales por la Prevención de la Guerra Nuclear". Este organismo llegó a la conclusión que un eventual conflicto bélico con utilización de bombas atómicas podría provocar que varias toneladas de hollín se alzaran en la atmósfera, generando una disrupción climática con consecuencias en la oferta global de alimentos. Este fenómeno, y no la propia explosión, sería lo que sometería a la porción más pobre del planeta.
