El mensaje fundamental que proviene de la Palabra de Dios que se proclama en este tercer domingo del Tiempo ordinario, es la centralidad de esa Palabra divina en la vida de la persona humana y en la construcción de la sociedad. La primera lectura tomada del libro del profeta Nehemías recuerda un hecho clave en la historia de Israel (cf. Ne 8,2-10). "Desde el alba hasta promediar el día, Esdras leyó el libro en la plaza, en presencia de los hombres, de las mujeres y de todos los que podían entender. Y todo el pueblo seguía con atención la lectura del libro de la Ley. Entonces Nehemías, el gobernador, Esdras, el sacerdote escriba, y los levitas que instruían al pueblo dijeron a todo el pueblo: "Éste es un día consagrado al Señor, su Dios: no estén tristes ni lloren, porque la alegría en el Señor es la fortaleza de ustedes".

Nos encontramos en el contexto del regreso del exilio babilonense, en el período de reorganización de la comunidad judaica, de la reconstrucción del templo y la restauración del muro de la ciudad de Jerusalén. Una pregunta guía la acción del escriba Esdras y del gobernador Nehemías: ¿cuál debe ser el fundamento en esa reconstrucción? Fue un día memorable, aquel que aparece en la primera lectura porque el pueblo hebreo comprendió que la reconstrucción de la nación debía tener como base la Ley del Señor. Dos sentimientos atraviesan el corazón de la comunidad: la amargura que llega hasta el llanto por haber ignorado tantas veces lo que el Señor les había dicho, y alegría porque esa Palabra devolvía esperanza, sentido y fuerza.

A la luz de estos hechos surge espontáneamente también para nosotros un interrogante: ¿qué es lo que hay que colocar como piedra básica en nuestra vida personal y social? Es una cuestión que debe inspirar la acción del cristiano y en su respuesta, la fe no puede ser puesta entre paréntesis. El Evangelio presenta a Jesús en Nazaret (cf. Lc 1,1-4; 4,14-21): "Entró como de costumbre en la sinagoga y se levantó para hacer la lectura. Le presentaron el libro del profeta Isaías y, abriéndolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: el Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. Él me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la liberación a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor. Jesús cerró el Libro, lo devolvió al ayudante y se sentó. Todos en la sinagoga tenían los ojos fijos en él. Entonces comenzó a decirles: "Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír". Se habla de pobres, prisioneros, ciegos y oprimidos: cuatro imágenes que describen y resumen la miseria del hombre de todos los tiempos. El cumplimiento que Jesús trae, es en orden a esta situación de miseria. Su palabra realiza lo que anuncia. En este sentido, también cada uno de nosotros debería analizar si las palabras dichas a lo largo de cada jornada buscan producir aquello que significan. Chesterton decía que la única "mala palabra" es la que no lleva consigo la voluntad de compromiso con lo que se dice. ¡Qué bueno sería evitar esas malas palabras! Eso implicaría callar lo que no es expresión sincera de la propia interioridad, lo que no lleva el mensaje de lo más profundo de nuestro ser: las puras palabras. En cambio, la palabra pura es la palabra auténtica, la que sirve de vehículo para que la persona se comunique y es a la vez con frecuencia un instrumento para que la persona actúe. Al considerar la forma como Dios se brinda a sí mismo en cada palabra que pronuncia, nos vemos invitados a examinar cómo son nuestras propias palabras. ¿Son palabras puras o puras palabras?

A raíz de su prédica en la sinagoga y su compromiso con los desheredados del mundo, Jesús comenzará a ser despreciado y perseguido. Pero no se detiene. Convendría recordar aquello del poeta francés Paul Valéry (1871-1945): "En el desprecio siempre hay algo de envidia secreta. Consideren aquello que desprecian y se darán cuenta que generalmente se debe a algo que los otros tienen y que ustedes no poseen". Es que el despreciativo que busca continuamente descalificar a los demás, es siempre un envidioso crónico. Pero Jesús no se siente fracasado. Esta es también la enseñanza de hoy: "Fracaso no significa que no hemos logrado nada; significa que hemos aprendido algo. No significa falta de capacidad, sino que debemos hacer las cosas de manera diferente. No significa que hemos perdido nuestra vida, sino que tenemos buenas razones para empezar de nuevo. No significa que debamos echarnos atrás, sino que debemos luchar con mayor ahínco. No significa que jamás lograremos nuestra meta, sino que tardaremos un poco más en alcanzarla. Fracaso no significa que Dios nos ha abandonado; significa que Dios tiene una idea mejor".