El prematuro fallecimiento de mi padre en plena juventud conmovió fuertemente los años de mi primera infancia. En los tiempos que vinieron con la adolescencia, mi curiosidad abrió las puertas de su biblioteca con la intención de descubrir en sus libros los secretos que guardaban las lecturas de su preferencia.
Las páginas fueron revelando en el correr de los días el perfil de la vigorosa personalidad de un hombre llamado a ser el eminente tribuno de esa caldera de ideas y pasiones en que se fogueaba el destino de la democracia. La sonoridad de su palabra y la elocuencia de sus íntimas convicciones sacudieron todos los rincones del Congreso de la Nación. Lisandro de la Torre, abogado, doctor en jurisprudencia, nació en Rosario en 1868. Ministro de Gobierno y diputado provincial por Santa Fe, fue electo diputado y senador nacional. En su provincia natal fundó la agrupación política Liga del Sur, origen del Partido Demócrata Progresista, de hondo arraigo en la provincia de su nacimiento y con importante proyección nacional. Esa fue la espada insobornable de su ideario político.
Alguien afirmó alguna vez que "estaba hecho con la pasta de Sarmiento, pues su memoria vive junto al recuerdo de los problemas argentinos que obliga hasta los enemigos a respetarla y concederle una estatua que lo prolongue en el tiempo".
Su vibrante concepción política llegó a San Juan y un sector de la ciudadanía de la década del 30 del siglo pasado la hizo suya creando un movimiento de apoyo al emblemático caudillo santafesino, fundador del Partido Demócrata Progresista. Entre los adherentes rescato los nombres de Ruperto Godoy, uno de sus presidentes, Carlos Guimaraes, presidente de la juventud, Luis Pompilio Alvarez Chica, Ernesto Cortínez, Marcelo Barón, Gustavo Yanzón, Daniel Moreno, Antonio Lloverás, José Díaz Stórmesand, mi padre y otros que están en el involuntario olvido propio del tiempo distante. Cálido recuerdo a los jóvenes de otra época que se identificaron con el hombre que renunció a las tertulias del elegante Jockey Club de Buenos Aires para construir un espacio político con el coraje cívico de su espíritu quijotesco que fuera sostén de la vigencia de las instituciones republicanas.