En aquel tiempo, se presentó Juan el Bautista, proclamando en el desierto de Judea: "Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca". A él se refería el profeta Isaías cuando dijo: "Una voz grita en el desierto: reparen el camino del Señor, allanen sus senderos". Juan tenía una túnica de pelos de camello y un cinturón de cuero, y se alimentaba con langostas y miel silvestre. Al ver que muchos fariseos y saduceos se acercaban a recibir su bautismo, Juan les dijo: "Raza de víboras. Produzcan el fruto de una sincera conversión. Yo los bautizo con agua para que se conviertan; pero aquel que viene detrás de mí es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de quitarle las sandalias. Tiene en su mano la horquilla y limpiará su era: recogerá su trigo en el granero y quemará la paja en un fuego inextinguible" (Mt 3,1-12).


Nos encontramos celebrando el segundo domingo de Adviento. En la era pre-cristiana se llamaba Adviento al ingreso de una divinidad en un santuario construido para ella, y una sola vez al año. Pero en el catolicismo, el Adviento es la preparación para que Jesús ingrese en el corazón de cada uno. Hoy entra en escena Juan el Bautista, el hombre que era un dedo índice señalando al Mesías. Insistía: "Detrás de mí viene uno que es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de desatarle las sandalias". Era también una voz que gritaba en el desierto invitando a la conversión. Pareciera una definición paradójica: qué sentido tiene "gritar en el desierto". Sin embargo, el Precursor no se desanima. Se siente feliz por el bien que hace. Es necesario "preparar el camino", porque el sendero que conduce a Dios lo hemos obstruido. Es difícil describir la emoción plena de una conversión. Los escritos de los conversos son páginas luminosas que describen lo que en sus vidas fue un "encuentro" que dejó huella en ellos. Uno de estos y que me impresionó fue el del escritor francés Paul Claudel (1868-1955), que recibió la gracia de la conversión el 24 de diciembre de 1886 en la catedral Notre Dame de París, el mismo año en que se convirtieron Teresita de Lisieux y Charles de Foucauld. El mismo Claudel lo expresa así: "Entonces fue cuando se produjo el acontecimiento que ha dominado toda mi vida. En un instante mi corazón fue tocado y creí. Creí, con tal fuerza de adhesión, con tal agitación de todo mi ser, con una convicción tan fuerte, con tal certidumbre que no dejaba lugar a ninguna clase de dudas, que después, todos los libros, todos los razonamientos, todos los avatares de mi agitada vida, no han podido sacudir mi fe, ni, a decir verdad, tocarla. Al intentar, como he hecho muchas veces, reconstruir los minutos que siguieron a este instante extraordinario, encuentro los siguientes elementos que, sin embargo, formaban un único destello, una única arma, de la que la divina Providencia se servía para alcanzar y abrir finalmente el corazón de un pobre niño desesperado: "Qué feliz es la gente que cree! ¿Si fuera verdad? Es verdad! Dios existe, está ahí! Es alguien, es un ser tan personal como yo! Me ama! Me llama!". Las lágrimas y los sollozos acudieron a mí y el canto tan tierno del villancico "Adeste fideles", aumentaba mi emoción. El evangelio de Mateo continúa presentando las características del Bautista: "tenía una túnica de pelos de camello y un cinturón de cuero, y se alimentaba con langostas y miel silvestre". Anuncia lo que vive: es coherente. No es hipócrita. No se limita a indicar el camino justo. Esta es la misión del cristiano: evangelizar con el testimonio. Como dice Evagrio Pontico, un monje del siglo IV, "a una teoría se le puede contraponer otra teoría, pero ¿quién puede contradecir a una vida?".


La Madre Teresa de Calcuta un día exclamó: "Antes de recitar el Credo, tratemos de ser creíbles". Jacques Maritain, (1882-1973), el reconocido filósofo francés afirmaba: "Un verdadero cristiano! He ahí un claro argumento a favor de Dios". La coherencia justifica el coraje y lo convierte en profecía. El Bautista nos invita en este Adviento a caminar, con esa virtud que como dice el papa Francisco es considerada de "segunda clase", pero sin la cual es imposible vivir: la esperanza. Es que como subraya Santiago Alberione (1884-1971), fundador de la Familia Paulina: "Sólo quien no camina, no tiene necesidad de preguntar sobre el camino a seguir". Juan el Bautista afirma hoy, con sus imágenes fuertes, que Dios quiere llegar al centro de la vida, no a los márgenes. Dios no es nunca una dimensión marginal sino central en la vida. Preparándonos a la Navidad, Jesús desea que sinceremos el corazón antes que preocuparnos por la Cena de Nochebuena.

Por el Pbro. Dr. José Manuel Fernández