Muchos acusarán a Kierkegaard de tener ideas religiosas originarias bajo un entramado de pensamientos idealistas. Sin embargo, el danés, fue un intelectual anti sistema. Un gran crítico luego de sentir la rigurosidad moralista de un sistema religioso estricto. Tampoco era el reflejo del interior burgués, porque ese Yo personal, era el que verdaderamente podía cambiar la historia. El danés marcó el final del idealismo de Hegel. El idealista por lo general es bohemio, en tanto el realista, más encarnado en su forma de pensar.


Precisamente, en la esfera política siempre se pensó que el sistema dialéctico hegeliano de confrontar, dividir las aguas, era el camino del choque para identificar enemigos, y construir desde allí posición de poder. Siempre la polaridad sirvió para instalar imagen con el triunfo electoral en épocas de campaña, y la alianza, en el ejercicio del poder. Es lo que algunos politólogos hablan actualmente de construir la realidad entre el contraste de la polaridad o el poliedro. Es decir, el primero creando enemigos; el segundo, sumando a los enemigos, para establecer una política de no confrontación.


Ahora bien, ninguna de las dos líneas sirve para construir la política de las cosas en estos tiempos vertiginosos, donde todo cambia de golpe, al ritmo del adelanto tecno ilimitado. La realidad siempre emerge detrás de las ideas. La polaridad es la que crea la política del fierro, y el poliedro corre el riesgo de caer en una política del adormecimiento, si se convoca a una mesa de diálogo, más para salir del apuro, que para buscar soluciones. Este es el legado que dejó el mismo Kierkegaard en sus obras anti hegelianas. Un pensar llevó a recuperar humanidad, el otro, a las mayores guerras mundiales de la historia.


¿En que discursos vemos presente al idealismo? En los de las redes sociales, por ejemplo, tales como: "Que vayan presos todos los que robaron y no me importa pasar hambre o pagar todo caro''. Esta afirmación, muy válida, manifiesta de fondo una disyuntiva: primero de odio, y segundo, que al primar el odio, justificaría a la anulación de su ser, porque se prioriza la polarización: bueno-malo. En ocasiones, en pos de un objetivo de saneamiento se descuida lo otro, a atender la necesidad humana material diaria, que es la esencia de la política, y las religiones lo espiritual. Es decir, gracias a las redes se ha perdido el sentido de la realidad, de lo que implicarían las cosas, como el no comer. Los chicos desde los videojuegos no se ensucian, no se revuelcan en el pasto, conociendo lo natural en el pellejo, sino lo artificial, en una imagen. El poco empleo, junto la sobreexplotación de la naturaleza, la invasión tecnológica sobre las personas, condenarían a las futuras generaciones a vivir de ficciones, no de recursos. Es que la abundante modernización de los estados aparece en un mar de fortaleza, superación, prometiendo cosas que desaparecen en desempleo e impunidad, como queriéndose confundir en las correntosas aguas de la levedad del ser. 


Al respecto, un pensador rescatado por varias editoriales actuales Walter Benjamín, había adelantado que la profundidad kierkegaardiana consistía en alegorías, como cuando un pintor, luego de haber culminado la obra, desaparece en ese cuadro pintado. Lo profundo consistiría en hacer patente nuestra propia política, la del yo existencial, lo que cada uno vea como original. Esto es "cuando el yo resulta salvado mediante el empequeñecimiento''. En verdad, lo real empieza por dejar de lado la foto del speech-opportunity (el discurso oportunista), para recuperar la credibilidad de la palabra, y sentir la chatura criolla: "Cuando muchos ñata contra el vidrio mastican la bronca de la propia exclusión''.