La trascendencia del hombre radica en la inmortalidad de su alma. ¿Qué sentido tendría para el hombre la vida si los gusanos se lo comieran y su alma desapareciera?. Haría el bien a sus seres queridos pero no existirían argumentos sólidos para un bien y una verdad universal. Es que admitir la inmortalidad del alma significa decir que hoy el hombre debe vivir de una determinada manera porque de lo contrario compromete su felicidad eterna, que es su fin último. Para este objetivo necesita la recta ordenación de sus actos humanos conforme a los supremos fines establecidos por la razón. Y su supremo fin y el supremo fin de cada hombre es la felicidad eterna. Luego si está convencido de la inmortalidad de su alma y de la felicidad eterna, vive de tal manera que va a influir en ese sentido dentro de la sociedad donde vive.

Esa fe en la inmortalidad de mi alma, esa convicción de que este es un tiempo de mérito que nos califica para la felicidad eterna, esa certeza de que hay un ser superior hace que viva bien en la bondad y en la verdad, de tal modo que como consecuencia se verán beneficiadas la política, la economía y la sociedad en su conjunto, no porque el hombre proponga un proyecto político sino que su estilo de vida conforme a Cristo va a generar un efecto multiplicador en la sociedad mejorando esos aspectos, y en definitiva la humanidad.

Por el contrario, rechazar la trascendencia hace expandir el bien sólo a un sector, a un grupo, a una nación. Si conduce una empresa y beneficia solo a los propietarios y se olvida de todos los que colaboran con la formación de la ganancia está beneficiando a unos en desmedro de otros. Esto se produce porque no cree en un ser ni en un plan superior. Es similar a lo que ocurre con el colonialismo, el amiguísimo, el favoritismo.

El colonialismo es un tipo de nacionalismo que busca el bien a costa de otras naciones. Aplica el derecho internacional en lo que le conviene pero si quiere explorar petróleo en las Malvinas no le importa ir contra otra Nación. El gobierno británico es un ejemplo de Estado que practica el colonialismo. Su nación es la causa y el fin último. No importa a quienes perjudiquen. No hay una visión trascendente de la humanidad, no hay un ser superior a quien rendir cuentas por la injusticia. La superioridad de la fuerza y el poder persuasivo de los portaaviones son el argumento más fuerte. Acá los supremos fines son estrictamente naturales y no hay trascendencia.