"El esperado tañido de la campana mucho tenía que ver con esos cinco minutos de humilde gloria que significaba el recreo...".

Recuerdo mis primeros pasos en aquel nuevo escenario en que la vida me colocaba, entre asustado y expectante, rodeado de nuevos y extraños símbolos: la tiza, el rayoneado pupitre con ese extraño agujerito donde luego supe se colocaba aquel tintero que siempre derramaba tinta, el pizarrón que chillaba, la almohadilla polvorienta, la señorita, especie de nueva tía o madre y el sonido de la campana... 


Recuerdo que nuestros maestros de los primeros grados hacían esfuerzos sobrehumanos por mantenernos la atención por el aprendizaje y el amor a la escuela y lo lograban. El esperado tañido de la campana mucho tenía que ver con esos cinco minutos de humilde gloria que significaba el recreo; el despegue momentáneo de la responsabilidad y el salto a un respiro. Cuando el vibrante bronce repicaba, estallábamos en mil flechas, gorriones de sal, hojas del viento lanzadas a esa extraña libertad por cuya puerta generosamente diáfana entrábamos a la región de los juegos: las pilladitas, las rondas de las muchachitas, el "día de las champitas", la "chancha parida", las figuritas, las carreritas. 


Cinco minutos suficientes para la felicidad al modo de aquella utopía, que luego los mayores perseguimos cada día de fiebre por estas calles difíciles de la vida. Anticipos premonitorios de la necesidad de respiros, de reflexión, de postas en donde referir el pasado y palpar el presente, símil de vacaciones, de pausas para pensarnos un poco entre tanto fárrago de sensaciones y aspiraciones. 


Mi primer recreo trae a la memoria la dulce imagen de la señorita Rosario Varas, a quien seguí viendo añosa por estas calles, empecinada en su lucha por la cultura, inquieta de gorriones su almita siempre joven. Un día me llamó: "Tengo un poema, y me haría muy feliz que vos le colocaras música". Otra vez, convocándome a recopilar el patrimonio de la música sanjuanina. Sigo en deuda, señorita Rosario. Pero algo voy a pagarle. Tengo un compromiso con el reconocimiento a aquellos días dorados, cuando a esos brote tiernos que éramos, usted supo proteger con su cuerpito joven desde el cobijo de su dulzura y responsabilidad, desde su compromiso con las cosas. 


Hoy, parapetado tras un tapabocas, aquel recreo que estas simples líneas traen un instante desde un patio memorable donde jugué a las pilladitas, me sirve para comprender que con esas poquitas cosas se puede ser feliz, señorita. 

Por el Dr. Raúl de la Torre
Abogado, escritor, compositor, intérprete.