Víctor y su familia vinieron hace muchos años desde El Médano de Oro. Dejaron en aquellas cercanas tierras con arado, perfumes y casa solariega toda una ideología de la vida, tan fuerte como que él confesaba que en la ciudad le molestaba el ruido, extrañaba su hondo silencio agreste, el simple concierto de la mañana por boca de los pájaros y el tintineo de los grillos y chicharras en noches de grandes lunas y fragancia a pájaro bobo.
Posiblemente, ese desarraigo insuperable forjó un hombre triste. Se le notaba en la voz transida de pausas y los ojos extrañamente mansos. Yo lo vi en aquella su niñez de potreros, cabecita rubia trigal, pantaloncito corto y sonrisa de mirlo y su apodo: "Pelado''.


Caído aquel muchachito silvestre en las extrañezas de una ciudad que puede ser muchas veces hostil a los corazones simples, encontré acá otro ser humano, como que aquel rubiecito de carita iluminada y corazón sencillo no hubiere podido salir de El Médano o se hubiera negado a acompañar al hombre a un territorio que le podía ser (y al final fue) inhóspito.


Es muy difícil vivir donde nuestras raíces no se integran al suelo, donde nuestros sentimientos sobrevuelan pero no se incorporan a nuestro pasos.


Un día cualquiera te fuiste, Víctor, montado en un profundo a inexplicable silencio. Joven, tan joven como salpicado de melancolía. Los arrabales de tu barrio, por Pedro Echagüe anodina, seguramente te lloran. Se les fue un gorrión y dicen que las calles cuentan puntillosamente a sus pájaros porque ellos son el cable a tierra que tienen cuando les llega al cuello la nostalgia, como a cualquier hijo de vecino. Estoy seguro que vos, con tu inquebrantable pesadumbre, jamás hubieras imaginado este homenaje del paisaje ciudadano. Uno, muchas veces, no se da cuenta de lo que lo rodea. He aprendido que la gente sólo se conoce por el contacto, por más efímero que sea: una palabra, un gesto, algo por lo cual sintamos en el pecho la existencia de un ser que se ha comunicado con nosotros; por eso ha aprendido que la gente no es como uno la ve sino como uno se relaciona con ella.


Un día extraño te fuiste, Víctor; entonces, te hice un poema:


"Llevabas la tristeza/ como flor absurda o condena./ Por eso pronunciabas el pájaro con cautela,/ y esquivabas la risa/ como a un remordimiento./Y así te fuiste,/ joven,/ desencontrado en el pozo de un silencio intrínseco,/ imagino que enarbolando aquel pensamiento/ que un día me confiaste:/ 'Extraño al Médano de Oro./ En la Ciudad me mata el ruido''./ Allí fuiste gorrión esencial./


Te veo con tu pantaloncito corto/ y tu cabellera de trigo,/ junto al arado/ con el que tu padre acomodaba quimeras./ Morimos poco a poco/ por todo aquello que no somos./ Es posible, Pelado,/ que te hayas dado por vencido/ antes que traicionarte''.