¿Qué habrá sido, Toti, de tu vida de salvaje gorrión? Tardes acuchilladas de acero, como en la enorme metáfora de Don Ata ("un degüello de soles muestra la tarde'') te veían correr hacia tu casa pegada al canal de la bodega Sachi, donde un día una viejecita pagó vejez con su vida. Esquivo y travieso Toti de apellido incierto, no te volví ver desde entonces.


¿Te acordás, Enrique, cuando enfilábamos con Hugo nuestros escasos trece hacia la cancha del Inca donde el viejo "Conde'' Vera nos recibía con su cara agria, él que era el tipo más bueno del mundo y nos hacía entrenar con la odiada pelota rellena de arena? La última vez que te vi en la habitual y añosa casa de la calle General Paz, me reconociste de entrada, a pesar de no verte durante casi cuarenta años: "Vos tenés que ser el Cacho de la Torre'', dijiste. La gente no sabe que hablo del padre de Martín Ferres, el bandoneón de Bajo Fondo.

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¿Dónde andarán las caseras quenas de caña de la murga El Clavelito, que marchaba cadenciosa y humilde con sus trajes de centellas por Mendoza hacia el sur, aquellos corsos que nos enorgullecieron durante años? ¿En qué derrumbadero de triunfos oxidados estarán los huesos del carrito y del estandarte iluminado de la comparsa de Villa las Rosas? Todo puede ser carne del desplome, pero nada será capaz de desvanecer memorias de fuego y luz, madrugadas de albahaca pisoteada, murgas desfachatadas, bailes de ensueño de La Libanesa, cuando subíamos y bajábamos sus escaleras moriscas, con el lanza perfumes o pomos de goma en la mano, a veces buscando una muchacha de los sueños.


Bailes pasados por agua del Barrio Rivadavia de mi niñez; noches de historia del Club Los Andes, donde en el 71 un enorme poeta y compositor Catalán subió su delgadez y su pinta de buen tipo al escenario, con sus escasos 30 y arrancó como si nada con: "Quizás porque mi niñez sigue jugando en tu playa y escondido tras las cañas duerme mi primer amor...".

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¿Qué habrá sido del alud de historias que se llevó cotidianamente el canal de aquella calle Victoria? ¿Por qué te cambiaron el pasado por el nombre de Urquiza? Desde mi parapeto de infancias y expectativas de primer amor, veo pasar por esa calle, como nebulosa, la carretela del sodero de la Herculina, bandita rumorosa que se cargaba todos los días al hombro verdes pájaros de cristal. Doña Telésfora apura su tranquito grácil con el cajita de metal plateado con sus jeringas. El Balo siempre al pie de Ramón y Cajal, soñando con su música. Los picaditos de la cancha de básquet del hoy "Aldo Cantoni'', donde nos anochecíamos a pelotazos y sueños y mi vieja que desde el frente nos hacía señas nada amistosas para que volviéramos a casa. Pero primero había que encontrar en el áspero billar de las sombras la de trapo que nunca supe cómo podíamos patear en la oscuridad. ¡Ya vamos, mamá! Siempre estoy volviendo a casa. En el fondo de mi alma no hay nada que te olvide.


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"¿Te acordás, Enrique, cuando enfilábamos con Hugo nuestros escasos trece hacia la cancha del Inca...?''

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