En el marco estricto de esta analogía, igualmente ocurre con el sistema político argentino, que ha definido conceptualmente en su democracia y en su república, una forma de gobierno basado en formas de equilibrio, porque la organización humana se sostiene irremediablemente en ese basamento estructural donde luce la medida, la armonía y la proporción.
En el análisis de ambas referencias, se puede inferir que los argentinos adolecemos, padecemos, desde hace varias décadas y cada vez con mayor frecuencia y notoriedad, de un mal que afecta el todo político nacional más allá de las buenas intenciones de sus gobernantes o de las virtuosidades de las mayorías. Se trata de una ausencia histórica y es la propia historia que está reclamando su rol trascendente en ese "todo” de Sieyes. Ese rol y esa ausencia que parcializa el ejercicio político en nuestra democracia tiene nombre propio definido en ese marco que, en el desarrollo del ser "politikon” se llama "oposición”.
En ese espacio de nuestra vida institucional y política, debe recomponerse esa parte indisoluble y necesaria del "todo”, porque así, amorfa y dubitativa su acción, debilita la estabilidad del sistema político que debe manifestarse estable y con solidez, ya que tiene la obligación -la oposición-, de dar garantías ante un eventual cambio de gobierno, que puede confiarse en una gestión con la consiguiente coherencia.
El país está diseminado de opositores al oficialismo que cohabitan en un mosaico político divergente en extremos inconcebibles y esto no le hace bien ni a la democracia, ni al sistema político, ni a los partidos políticos, incluso, tampoco beneficia al gobierno para el ejercicio pleno y sabio de sus resoluciones, lo que deviene en desmedro común de la sociedad que todos formamos parte. Los opositores no conformen oposición y esto es lo grave.
En tiempos de proscripciones y de dictaduras, distintos motivos han impedido a determinados partidos su acceso al poder. Tal fue el caso del peronismo proscripto donde sobrados nubarrones dificultaron su camino al gobierno y su rol de opositor se transformó en un frente de lucha que orilló en extremos, a veces irreconciliables, por caer devenidos en la propia puja. Por ello, por respeto a ese pueblo que se le enuncia y califica desde los estrados, debemos hacer viable el concepto de oposición también en la comprensión que se le asigna como aspirante al gobierno. Esta pretensión, que es una aspiración justa y loable, natural de la política, solamente se viabiliza en sistemas en los que la alternancia se garantiza conforme el apoyo electoral establecido.
Oposición es expresión de la controversia. Por eso se ha dicho con acierto que interviene en el proceso de formación de la voluntad política procurando para sus actos un recuadre de respeto y aceptación de reglas consensuales en el solaz político. Los pueblos, sus familias, duermen tranquilas cuando son capaces de garantizarse en el reflejo auspicioso de sus sucesiones. De esta forma, se asegura que es posible apostar a políticas de estado, imposible sin el compromiso y existencia de las dos partes del "todo político”. La libre expresión de ideas e intereses y el funcionamiento de grupos que los encarnan, pierden su factibilidad sin la predisposición del oído de quienes gobiernan en mayoría y quienes acompañan en minoría.
