Durante todo el período de la juventud, entre los 14 años hasta los 30 inclusive, el desarrollo del juicio moral desde la adolescencia hacia la vida adulta tiene su mayor impacto para la formación en valores espirituales y los correspondientes a los estimados para la convivencia social. Es de vital importancia que los educadores, sean estos padres, profesores o medios masivos de comunicación, den su aporte oportuno para que los valores morales, limitados al fuero de la conciencia y los propios cercanos a la fe, como así también los relativos a la vida social y solidaridad, formen parte del desarrollo de la conducta y del juicio moral en el joven.
Durante cuatro décadas de antecedentes y en contacto con la juventud, es decir, desde el año 1975 al 2015 quienes fuéramos jóvenes, hoy promediando la vida adulta, en sucesivos encuentros en los cuales se pudo reflexionar sobre éste estado de la educación, hemos concluido recientemente que cada diez jóvenes, cercanos a la vida familiar, religiosa y de compromiso con la vida social y laboral que proyectaron su vida en el campo de los valores antes mencionados cinco de ellos han permanecido constantes frente a los tipos de desintegración o degradación de la moralidad.
Son muy relevantes las temáticas educativas y de formación para la juventud, las que impactan notablemente en la vida familiar y social. Por su parte la formación en contacto con la fe fortalece y da permanencia en los valores espirituales para los jóvenes. Sólo basta para reconocer estos estudios, la observancia del ‘juicio moral en la juventud”. Contrariamente a ello, inescrupulosos científicos están desarrollando una ‘teoría social” por la cual han obtenido conclusiones tales como:
‘Normalmente se piensa que la religiosidad está vinculada con el autocontrol y la moralidad. Esta creencia está tan profundamente arraigada en la sociedad que, en algunos ambientes, las personas que no son religiosas se llegan a considerar moralmente sospechosas”, comenta Jean Decety, autor principal del trabajo e investigador en el departamento de Psicología de la Universidad de Chicago (Estados Unidos).
‘Por lo tanto, está comprobado que la religión influye en los juicios morales de la sociedad y su comportamiento hacia otros, y precisamente es esa relación entre moral y religión la más polémica de todas, aunque no siempre es positiva”, señala Decety.
Los estudios, se afirma que están avalados por un equipo de investigadores que evaluó el comportamiento de 1.170 niños de entre cinco y doce años procedentes de seis países: Canadá, China, Jordania, Turquía, Estados Unidos y Sudáfrica. La mayoría de los niños se había criado en ambientes cristianos (23,9%), musulmanes (43%) o no religiosos (27,6%), aunque en el estudio también se incluyeron judíos (2,5%), budistas (1,6%), hindúes (0,4%) y hogares agnósticos (0,2%). Según los investigadores, estos datos concuerdan con estudios realizados previamente en adultos, pero los que se han obtenido ahora muestran cómo se desarrollan las actitudes sociales y culturales en la etapa infantil, un periodo más delicado a la hora de aprender.
La intencionalidad de tales informes, no condice en absoluto con la educación y formación de la etapa infantil ni con su similar de la etapa adolescente. La investigación muestra en proyección como las experiencias infantiles inciden sobre la vida adulta en sociedad.
En la investigación puede observarse datos de estudios incompatibles con las experiencias en niños, adolescentes y adultos, pues los intereses de cada uno son absolutamente distintos. Por otra parte, se puede visualizar un pretendido interés por equiparar científicamente desde la Psicología hacia la Antropología, experiencias infantiles que actuarían a modo de ‘impactos sociales” sobre el futuro de jóvenes. Frente a esta nefasta información científica, afirmamos que los jóvenes más socialmente vulnerables a la disgregación y desintegración familiar, son justamente aquellos que no han tenido una formación firme en valores espirituales, ya sean convencionales (sociales) o religiosos y los correspondiente a la vida íntima y personal como los morales de índole subjetivos con afinidad a la convivencia en grupos.