Está visto que somos obreros de mal gusto. El impacto de las actividades humanas es tan cruel, en ocasiones, que nos estamos destruyendo a nosotros mismos. El planeta, por el que andamos más que viviendo, sufriendo la necedad de las mil vueltas y revueltas mundanas, también parece convertirse cada vez más en un inmenso campo de exterminio, en un grandioso depósito de desechos, en lugar de un colosal jardín de versos.  


Precisamente, nunca es tarde para celebrar ese recital de sentimientos, pues aunque se nos active una vez al año (el 3 de marzo: Día mundial de la Vida Silvestre), mejor es esto que nada. La onomástica nos lleva a celebrar, si cabe con mayor entusiasmo, la belleza y la variedad de nuestra flora y fauna montaraz. Advertir lo necesario que somos todos, alcanzar a vislumbrar la grandeza del ser y su palabra, disfrutar del instante y de los seres vivos con los que cohabitamos, alabar la existencia y el sueño de coexistir, siempre es algo liberador y entusiasta. 


Lo salvaje también tiene su razón de coexistencia, de expresión de vida, cuestión que ha de hacernos meditar y ser más responsables, sobre todo a la hora de poner fin al comercio ilegal de especies de fauna y flora silvestres. Como tantas veces he escrito, digo que es el momento de la acción, de escucharnos todos, de alentar a los jóvenes y menos jóvenes, a proteger nuestro propio hábitat. Desde luego, las generaciones venideras no entenderán nuestra falta de consideración e irresponsabilidad. 


La pérdida de selvas y bosques es algo catastrófico, implica la pérdida de especies, además de una estética natural de la que somos inherentes los humanos. Esos pulmones del orbe, tan crecidos de biodiversidad como de anhelos, por si mismos nos dan vida, son tan literarios que nos activan el alma. 


Cada año, desaparecen millones de hectáreas de bosques y la degradación persistente de las zonas áridas ha provocado la desertificación. Hoy sabemos que los bosques son el medio de vida de alrededor de 1600 millones de personas, incluidas más de dos mil culturas; y, por si esto fuera poco, en ellos habita más del 80% de las especies terrestres de animales, plantas e insectos. 


Por otra parte, de la agricultura dependen directamente 2600 millones de personas, pero el 52% de la tierra empleada para la agricultura se ha visto moderada o gravemente afectada por la degradación del suelo; no en vano, la degradación de la tierra afecta a 1500 millones de personas en todo el mundo. Lo nefasto de todo ello, es que continua la pérdida de tierra cultivable. Inevitablemente, cada año se pierden 12 millones de hectáreas (23 hectáreas por minuto) como consecuencia de la sequía y la desertificación, en las que podrían cultivarse 20 millones de toneladas de cereales. En suma, el 74% de pobres se ve directamente afectado por la degradación de la tierra. 


Por desdicha, hemos perdido toda sensibilidad. Nadie llora por nadie ya.  
 

Respetemos nuestra flora y la fauna montaraz.