Hace 165 años se produjo la Batalla de la Vuelta de Obligado, en aguas del río Paraná, donde se enfrentaron la Confederación Argentina, liderada por Juan Manuel de Rosas y la escuadra anglo-francesa, cuya intervención se realizó con el pretexto de lograr la pacificación ante los problemas existentes entre Buenos Aires y Montevideo.
En 1845, el general de Rosas gobernaba por segunda vez la provincia de Buenos Aires, mientras que la Banda Oriental se encontraba en medio de una guerra civil entre los caudillos Manuel Oribe y Fructuoso Rivera. La victoria anglo-francesa resultó pírrica y la batalla tuvo gran difusión en toda América. El general José de San Martín expresaba desde Francia: "Los interventores habrían visto que los argentinos no son empanadas que se comen sin más trabajo que el de abrir la boca. Esta contienda es, en mi opinión, de tanta trascendencia como la de nuestra emancipación de España”.
Esta batalla, pese a ser una derrota táctica, dio como resultado la victoria diplomática y militar de la Confederación Argentina, debido al alto costo que demandó la operación. Implícitamente, la resistencia opuesta por el Gobierno argentino obligó a los invasores a aceptar la soberanía argentina sobre los ríos interiores. Gran Bretaña y Francia se habían unido para expandir sus mercados aprovechando el invento de los barcos de guerra a vapor, que les permitían internarse en los ríos y así alcanzar nuestras provincias litorales, el Paraguay y el sur de Brasil. Esas intenciones eran confirmadas por los casi cien barcos mercantes que seguían a las naves de guerra.
Creyeron que la sola exhibición de sus imponentes naves, sus entrenados marineros y soldados, y sus modernos armamentos bastarían para doblegar a nuestros antepasados. Pero no fue así, ya que Rosas, que gobernaba con el apoyo de la mayoría de la población, sobre todo de los sectores populares, decidió hacerles frente. La estrategia de Rosas tuvo éxito y las grandes potencias se vieron obligadas a capitular aceptando las condiciones impuestas por la Argentina y cumpliendo con la cláusula que imponía a ambas armadas, al abandonar el río de la Plata, disparar 21 cañonazos de homenaje y desagravio al pabellón nacional.
Resulta claro que no se cumplieron ninguno de los objetivos de la invasión de las potencias: las provincias litorales siguen siendo argentinas, el Paraná es un río interior de nuestro territorio y la Argentina no es un protectorado británico, como habían acordado los unitarios con las potencias interventoras.
