La noche ha de ser larga, sobre todo porque será la primera en este pozo donde cabe todo: la incertidumbre, la familia, el frío, pero por sobre todas las cosas la Patria.

El agua helada comienza a deslizarse hasta nuestro escondite y a empapar el exiguo calzado. Todos los trapos y los arbustos con los que nos tapamos son exiguos para pelearle al hielo. Nunca pensé que se pudiera aguantar tanto. Debe ser la fuerza del sentimiento por nuestro suelo, por lo que resistimos; esa especie de ardor que copa el pecho como llamarada y hace sentirnos más útiles y hasta imprescindibles, nosotros a los apenas 18 años, cuando recién habíamos encontrado en alguna placita del pueblo donde nacimos el amor primero con forma de junco dulce y manos de hierbas. 

Como cuervos de fuego, zumban nuestra cabeza los disparos del enemigo. Tiembla en mi pulso el fusil que aprieto como a un animal herido o a una guitarra como la que debí abandonar en mi cuarto adolescente. O aquella que tampoco pudo tener junto a su pecho Eusebio Páez, un combatiente sanjuanino que está conmigo en el foso y que, en los momentos de zozobra, para pelearle al desamor de las balas, canta a capella con toda su fuerza y el amor del coraje la zamba Recordemos, que compuso un comprovinciano suyo. 

Ninguno de mis compañeros de escondrijo son ya los mismos. Las madrugadas nos van cambiando rostros y dolores. Ayer salimos con los primeros bostezos de la luz. El silencio circundante duele más que las balas asesinas; es como un presagio que envuelve y sacude. Es entonces cuando puedo verles bien la cara a mis camaradas de infortunio y gloria, varios de quienes en esa tarde pierdo bajo el cachetazo brutal de una bomba que a mí sólo me priva de una mano, que ya no sé cómo llorar disimulada con el harapo de un vendaje improvisado.

Caen a pique en barcazas de hielo profundo los primeros destellos de otro día de junio sobre Puerto Argentino. Los jefes siguen asegurando que vamos ganando esta guerra. Siento el orgullo de ser alguien que ha colaborado de algún modesto modo con esa victoria que anuncian, pero el corazón y la pesadumbre reinante me gritan en la cara que la realidad es otra; desgraciadamente, porque los chicos queremos ganar esta epopeya en la que nos sentimos protagonistas, aunque hemos comenzado a comprender que defender la Patria en estas circunstancias es una utopía imposible, una improvisación cruel; mientras bulle en el alma la sensación de que habrá que esperar más tiempo alguna anhelada reivindicación de su territorio; y que tampoco se puede poner en juego la vida ajena por intereses mezquinos. 

El enemigo (como nosotros, un grupo de seres humanos que quizá tampoco comprenda el porqué de esta guerra) se acerca. Puerto Argentino sangra por todos los poros y todas las vidas. La adolescencia traída a engaños y empujones de ignominia va cayendo desnuda y confundida de dolores en un suelo inundado de silencio, tristeza y desconcierto, donde muchos chicos comienzan a ser NN.

 

Por el Dr. Raúl de la Torre
Abogado, escritor, compositor, intérprete